jueves, 24 de junio de 2010

De cómo don Quijote convidó a su señora Dulcinea a las playas de Castellón

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-Sancho amigo, como bien habrás notado, ya van siendo los días más largos y calurosos, el astro rey está poniendo los frutos en sazón, las espigas que se mueven acariciadas por el austro lucen doradas al fin, y cuando el sol se detiene  en el alto cielo, no hay caballero andante ni villano con talante que a pie firme aguante en la solana. Es el estío que se abre paso, y a él hemos de encomendarnos para holgarnos, que tras tantas fatigas bien lo merecemos. Es por ello que quiero enviarte a una embajada en la que pondrás todas tus entendederas para hacerla sin dejar cosa.
-Sepa su merced que por servirle pongo yo los cinco sentidos, y más si los tuviere.
-Mejor estarías callado, zascandil, que bien me sé lo que haces con mis encomiendas, y más si son para mí dama, la sin par Dulcinea.
-Buena verdad es que al que mata un perro le dicen mataperros. Si en un momento de flaqueza, que no de falta de lealtad a su merced, y a buen seguro que por algún arte de hechicería  de algún mago malandrín, dejé de dar su buena nueva a la su dama, no tiene porque acusarme hasta el día del juicio del mismo pecado, que bien lo he purgado ya.
-Frena tu incontinencia, rufián sobre rucio, o rucio sobre rucio, que ya no sé si el que tiene más patas tiene también más seso. Lo que conviene al asunto es que vayas hasta el Toboso y repitas lo que te tengo que decir sin cambiar ni una tilde, so pena de acabar manteado.
-Mi señor don Quijote bien sabe que yo en toda mi vida me he comido una tilde; ahora, en hablando de longanizas…
-Cierra esa cueva que tienes por boca, so necio, y oído al parche. Una vez que te halles en presencia de la dueña de mi corazón, habrás de decirle que yo, su más leal servidor, que dejando casa y hacienda me he echado por esos caminos que se ofrecen a defender su gloria y valía;  yo, cuya lanza ha doblegado gigantes y cabezudos, cuyo brazo se ha batido con paladines del renombre de don Serenín de Mochales, el Caballero del Flequillo Flojo,  Pardillín de Pérgamo, o el mismísimo Caballero del Suspiro Verde, entre otros;  yo, que esta religión de la andante caballería profeso solo por su amor, quiero una merced pedirle.
-Vea que como siga sin entrar en harina no respondo de lo que pueda yo decir en presencia de Dulcinea, que del plato a la boca se pierde la sopa. Y que para pláticas tan por lo menudo quizás convendría pedir los buenos oficios del bachiller Carrasco, para que tome asiento de todas sus razones y lisonjas, que si después yo dejara de decir alguna, o la dijera a deshora o a contrapié, no me venga pidiendo cuentas.
-No interrumpas, alma de cántaro, que meter en este negocio al bachiller Carrasco es como darle un cuarto al pregonero, y si en vez de tantas fatigas a tu panza le dieras más trabajo a la mollera, no tendrías problema para hilvanar dos o tres razones. Una vez dicho lo anterior, habrás de hacer una profunda reverencia, y pasar al tuétano del negocio. Le dirás que nos han llegado noticias de que la flor y nata de la caballería está por juntarse en las playas de Castellón para dirimir cual de sus damas merece el título de flor primera y sin par entre sus pares, y que yo, a sus pies rendido, imploro que tenga compasión de este cuitado y le haga el gran bien de estar presente en esa gran jornada. Allá he de verme con adalides de los cuatro puntos cardinales,  como el famoso Sinsorgín de la Zarzamora, que por servir  a su dama es capaz de hacer vigilia la noche entera apostado a la puerta de un camposanto. O el caballero de las Espuelas Esdrújulas, el de la triste sombra, condenado a vagar según el albedrio de su rocín, A otro que se le espera es al arrojado señor  de las Calzas Pardas, al  que no le duelen prendas si una carrera en la media se hace en mitad de un lance de honor.  Y tampoco podía ausentarse  Chisgarabís de Chiquitistán, el que duerme siempre con un ojo avizor y el otro a la virulé. Todos vamos por mayor gloria de nuestras damas. Se franco al decirle que si por ventura mis ruegos fueran atendidos, como a su cuna corresponde, sería alojada en la más alta estancia del castillo del gobernador. Y que mientras los esforzados caballeros nos batimos en el campo del honor, ella con sus iguales pueden tomar baños de mar, que tengo oído que son medicinales, o frecuentar el zoco, bien provisto de telas y de afeites. Si les place, a la jineta fatigarían los lugares circundantes, o aderezarían alguna salida a algún pueblo serrano, donde la calor no mude la color de su bella faz. Así mismo, podrá folgar con juglares de fama que al cálamo tocarán sabrosas melodías muy propias para estos calores pasar. Y ante todo, has de rogarle para que un día, si lo tuviera a bien, accediera a asomarse siquiera un instante a la ventana de su aposento, para que yo pudiera adorarla como se merece. ¿Has entendido bien, o quieres que te dé con la adarga para que mejor hagas memoria?
-No ha menester, mi señor, que por la cuenta que me tiene, haré memoria de todo. Pero si sucediera que en llegando a donde vive Aldonza, digo Dulcinea, la viera trajinando entre gorrinos y pitas, o con el cántaro de casa al pilón paseando su talle, o remendando algún corpiño  sentada en el poyo  de la corrala,  ¿he de darle así mismo  el recado, a pesar de que igual quiera medirme las costillas con algún palo de azada, por creer que quiero yo hacer mofa y befa de ella?
-Sin duda, mentecato, y sin dejar cosa. Dulcinea cebando lechones, qué majadería. Parte, parte para el Toboso y no vuelvas sino con un sí.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es lo bueno que tiene don Alonso: idealiza a su amada, como debe ser. Ay, que lástima que los tiempos actuales sean tan pedestres, tan burdos, tan chisgarabís. Se ha perdido la lírica y la épica.

Chafardero dijo...

A las damas conviene idealizarlas, si no no hay manera.

Anónimo dijo...

Yo, que soy dama, diría sin duda que no es por falta de idea que no se idealiza, sino porque no se ama.
Que es el amor quien convierte a un comun en caballero, y que si es verdadero, corre veloz a dar su corazón a quien ya le intuye y espera tamaño amor.
Y que solo un caballero no se entretiene, ni molesta a quellas otras que no ama, para llegar entero a aquella que no es otra que su dama.
Marian

Chafardero dijo...

Desde luego, si hubiera más damas de su condición, no andarían los hombres errando por esos caminos de dios