lunes, 6 de agosto de 2012

Cerrado por descanso del personal


Después de la más grande historia sobre el deporte rey jamás contada se impone unos días de profunda reflexión, preferiblemente  bajo una palmera en algún lugar del trópico. Si no fuera posible también pueden estrujarse las meninges tras  una peña de la sierra de Gata o en la ribera cenagosa de algún agostado pantano. Nosotros erraremos hacia donde se pone el sol camino de la verdad esférica. Agradecer a nuestros lectores la paciencia y el tiempo que han dedicado a esta página y desearles feliz verano. Volveremos en octubre con renovadas ganas. Mientras, una cancioncita muy estival.

lunes, 30 de julio de 2012

La fe esférica (12-12)


Tres días con sus tres noches duró la locura. En todo el mundo los muertos se contaban por miles y los heridos rebosaban los hospitales. Hasta que extenuados de tanto dar patadas no caían desmayados, no paraban los afectados de driblar a todo el que se ponía por delante e intentar meter goles. Javier salvó la vida parapetado en el banquillo, pero no así trece de sus chicos que vieron como el día más importante de sus carreras era también el último. Matías murió intentando rescatar el Santo Grial. De Zacarías nunca más se supo, engullido por la forofa marabunta. Edgardo apareció en la habitación de su hotel, donde se refugió para cortarse las venas en la bañera. El final catastrófico de su plan y la pérdida de la fuente de poder de la orden le habían convencido de que no era digno de seguir viviendo. El resto de componentes de la orden se desvanecieron ante el temor de que las autoridades los pusieran a la sombra, pues ya sus pesquisas apuntaban en esa dirección.
Tengo que seguir haciéndome el loco hasta que los de la poli me dejen en paz. De todo el equipo y la directiva, solo yo y dos jugadores hemos salvado el pellejo. Creen que somos los culpables de la locura desatada, pero yo hago que no me acuerdo de nada, que solo entrenaba y nada más. Ahora es cuando ha recaído sobre mí la gran responsabilidad de volver a alzar los muros de nuestra antiquísima orden. Cuando estaba semi sepultado entre las ruinas del estadio olímpico el ángel del Sumo Seleccionador se me apareció y me dijo: “No temas Javier, que has hallado gracia a los ojos del divino Seleccionador y desde hoy las generaciones venideras loarán tu nombre. Grande es la misión que te encomendamos pero sabemos que serás capaz de llevarla a cabo. Pronto habrás de recrear en la tierra el Maracaná celeste, espejo en el que todos los hombres verán la grandeza del Supremo Seleccionador” Mientras ese día llega, dedicaré todas las potencialidades de mi alma a reverdecer los laureles de la verdadera fe esférica y a que la humanidad no aparte los ojos del terreno de juego, único lugar donde se puede mirar para encontrarle un sentido a la vida.

lunes, 23 de julio de 2012

La fe esférica (11-0)

priorato balon dorado pribado

Pero algo inesperado ocurría. Cuando otras veces se había utilizado el Sacro Silbo para domeñar voluntades, las víctimas habían quedado abotargadas, esperando recibir órdenes de sus nuevos amos. En cambio, ahora, toda la gente del estadio estaba inquieta, no paraban de ir de un lado a otro. Supuso Edgardo que, al reproducir el sonido taumatúrgico por medios electrónicos, variaría algo el efecto producido. Aún así, al quitarse los tapones y ver al presidente de la república italiana riñendo con el presidente del gobierno español por una bola de papel caída entre las butacas le extrañó un poco. Enseguida observó que la gente había invadido el campo, no para felicitar a los jugadores, sino para quitarles el balón y jugar ellos. Se montó un gigantesco partido entre cientos de aficionados persiguiendo la pelota del partido  y otras que encontraron en las inmediaciones, además de las que se improvisaron con bolsas de plástico, periódicos, ropa liada,  o cualquier cosa que pudiera ser utilizada como pelota: zapatos, móviles, bolsos, sombreros o bocadillos. Todos querían jugar al fútbol, fuera en el campo o en la más alta grada, y el que tuviera entre sus pies algo que valiera de balón tenía rápidamente un adversario presto a disputárselo a cara de perro. Se inició un caótico partido de todos contra todos como en los patios de colegio. Volaban patadas y balonazos a diestro y siniestro. Entradas por detrás, plantillazos, obstrucciones, zancadillas cuando no palo y tente tieso, todo valía en la nueva era recién inaugurada. Edgardo consiguió salir a duras penas del palco donde el premier inglés acababa de romperle la tibia al presidente de la comisión europea e ir en busca de Matías y Zacarías, que también miraban perplejos la batalla campal en que había acabado su plan. Para Zacarías estaba claro que la reproducción electrónica del silbido había alterado la sustancia del divino mensaje, de tal manera que lo que tenía que ser sumisión y entrega a los designios del Priorato era una histeria imposible de controlar. La masa enloquecida no atendía los llamamientos de los miembros de PRIBADO, solo pensaba en jugar al fútbol con ansia asesina. Matías había visto a mucha gente caída en la refriega, y los jugadores habían desaparecido entre las hordas que invadieron el terreno de juego. Las fuerzas de seguridad eran las peores, que hacían uso de su material para jugar con ventaja, oyéndose primero tiros aislados y luego ráfagas de metralleta. Todos corrían tras todo lo que pareciese un balón y arreaban leña sin compasión a todo el que osase disputárselo.
El triunvirato del Priorato, los únicos cuerdos en ese pandemónium, intentaron salir del campo, pero cuando estaban a punto de lograrlo una horda de gente procedente de la calle les pasó por encima dejándolos maltrechos. Una vez fuera comprobaron horrorizados que hombres y mujeres de toda laya jugaban a lo loco por las calles, dándole patadas a las papeleras, farolas, semáforos, portales, escaparates y todo lo que se ponía a tiro. A la puerta de una trattoria un viejo con sotana mareaba a una moza bien rolliza con un libro de Césare Pavese hasta que un hombre con la camiseta del Injerto le arreó una patada en la entrepierna y huyó con el supuesto esférico; un crío mordía a otro para robarle la bolsa de patatas fritas con la que pretendía hacerle un caño y en mitad de la avenida una dama con traje de noche no tenía reparos en arrearle los paraguazos que hicieran falta a un camionero para que dejara una lata de aceite a tiro de sus zapatos de tacón.
Todos los que habían oído el fatídico silbido solo vivían para jugar al fútbol de forma desenfrenada. Millones de personas en todo el mundo daban patadas a diestro y siniestro ante el pánico de los demás. Edgardo y sus secuaces intentaban salir del caos pero no hacían más que recibir por todas partes. “No es esto, no es esto” repetía machaconamente Edgardo, todo su pelo cayéndole sobre la cara, recibiendo codazos y coces sin sentirlas, los ojos fuera de las órbitas. En una de las acometidas de la chalada hinchada Matías cayó al suelo, con tan mala suerte que un fornido hooligan tomó su cabeza por un balón reglamentario y le arreó una patada digna de falta directa desde el borde del área. Totalmente fuera de juego, Matías siguió recibiendo cuan largo era patadas de los posesos que la tomaban con todo lo que fuera susceptible de rodar. Un centro chut que le arrancó parte de la chaqueta hizo volar por los aires el estuche en el que reposaba el Silbo Sagrado. Cuando éste caía, una vieja con la cara ensangrentada lo remató de cabeza, y al llegar al suelo seis orates saltaron a la vez a por él, presionándose unos a otros base de patadas en la boca. En medio de esa melé se perdió el rastro del Sagrado Silbo, aunque una tradición no oficial del Priorato dice que acabó en una alcantarilla, desde donde las aguas acabaron depositándolo en el seno de la Cloaca Máxima.

lunes, 16 de julio de 2012

La fe esférica (10-0)

pribado priorato balon dorado

A las ocho en punto de la tarde empezaron a mover la pelota el Liverpool y el Injerto. Ni un alfiler cogía en el campo y, a excepción de la hinchada inglesa, todos jaleaban al equipo negro y amarillo, que parecía que jugaba en casa. El palco estaba  cuajado de las más altas estancias del país anfitrión y de los contendientes, además de otros tantos que no querían perderse el partido del siglo. Los cuatro seguidores de toda la vida del Injerto  hoy se sentían impelidos por miles de gargantas. Edgardo celebró una sesión especial en el vestuario en la que conjuró a todo el equipo y les galvanizó con el chiflido con el que les infundía antes de cada partido la determinación de ganar o ganar. Hoy llegaremos a la gloria reservada a unos pocos como vosotros dijo para terminar su homilía.
El partido fue una batalla campal entre el poderío técnico y físico de los ingleses y la tenacidad y correosidad de los meseteños, que no dejaban respirar al contrario. Aunque tenían un portero algo cantamañanas, estaba bien custodiado por los carniceros de la defensa, mientras la delantera ponía en continuo brete a Chache, que sacaba manos que solo el Supremo Seleccionador le podía inspirar.
Edgardo, en el palco con las autoridades, a pesar de su aplomo habitual, mal disimulaba su angustia, sabedor de que toda la historia de la orden estaba en juego y que sus sesenta y ocho  predecesores le estarían contemplando desde la sagrada grada del paraíso en tan cruciales momentos. Matías y Zacarías, con la excusa de supervisar la retrasmisión, se habían instalado en el centro de control de televisión silbo en ristre, conteniendo la respiración cada vez que el Liverpool se acercaba al área contraria. Javier se desgañitaba a pie de campo dando instrucciones a sus jugadores, que a duras penas contenían las embestidas rivales.
Un triunfo se consideró llegar al descanso con la portería a cero. David estaba resistiendo a Goliat. El  resultado era incierto, lo que aumentó más si cabe la audiencia televisiva, junto con la que seguía la lucha de titanes por internet, radio, en pantallas gigantes en muchas ciudades, además de bares, tabernas, burdeles, sidrerías, cervecerías y restaurantes que estaban de bote en bote, todos mirando embobados la pantalla. Millones de personas en África y Asia haciendo suyo el sueño de unos chavales de pueblo, toda América latina y hasta en los USA se habían interesado por el soccer ese.
Pero, mientras tanto, comenzaba la segunda parte y el Injerto  no conseguía el gol que necesitaba para hacer saltar la chispa, a pesar de que en el descanso Edgardo había hecho un aparte con Chochete para juramentarse con él en la consecución del tanto fundamental.
Seguía el encuentro la misma tónica de ataque con todo de los ingleses y defensa a ultranza de los españoles, con algún tímido acercamiento a la portería rival. Mediada la segunda parte, se montó un barullo en el área pequeña a la salida de un córner, llegó el balón suelto a pies de Chochete quien conectó un derechazo con toda su alma que, tras rebotar en un contrario y luego en el poste, acabó tontamente en las redes.
El rugido fue como el que acompaña el de un movimiento sísmico de escala diez. La tensión y el deseo contenido tomaron cuerpo en un ruido que parecía surgido de las entrañas de la tierra, coreado por miles de personas a voz en cuello. Las gradas vibraron con un movimiento frenético, igual que los millones de personas que se congregaban frente a las pantallas de televisión. De entre toda esa explosión de alegría un sonido lento y suave apenas perceptible empezó a llegar a los oídos de todos los televidentes así como a los de los que estaban en el estadio olímpico. Matías desde el control central de retransmisión había soplado de esa forma con la que el Sagrado Silbo entregado hace veinte siglos por el arcángel San Gabriel a María para ayudar a su hijo, conseguía hacerse con la voluntad de todo el que alcanzaba a oírlo. Millones de personas excitadas deportivamente eran presa fácil para ese hipnótico sonido, que salía como sin querer por todos los altavoces de teles y radios del planeta. Gran parte de la población estaba a punto de caer bajo la bota del Priorato del Balón Dorado.
Edgardo, que se había colocado unos tapones nada más chutar Chochete a gol, veía culminada desde el palco la magna obra con la que la orden había soñado desde hace siglos, la unificación de toda la humanidad bajo el designio de la providencia circular, antigua y perfecta religión que haría a los hombres seres felices.

lunes, 9 de julio de 2012

La fe esférica (9-0)

el priorato del balon dorado

El día que iba a marcar un antes y un después en el devenir del género humano amaneció en Roma como tantos otros, que una ciudad que tantas fechas señeras ha visto pasar no iba a descomponer la figura por una más. Tres días llevaban el cuerpo técnico y los jugadores del Injerto concentrados en la ciudad de Rómulo y Remo velando armas para el encuentro más importante de su fulgurante carrera deportiva: la final de la liga de Campeones contra el Liverpool, escuadra de la Pérfida Albión que se presentaba como convidado de piedra ante el plan maestro del Priorato del Balón Dorado, que en el trascurso del choque se haría con el poder mundial.
Ese objetivo era meridiano  para Javier, de los pocos que estaban en el gran secreto, aunque no así el cómo se llevaría a cabo. La noche anterior se reunieron con él Edgardo, Matías y Zacarías. El Comendador General de la orden pasó a contarle que la fuente de poder del silbato otorgado por el Altísimo a su orden era la de hacerse con todas aquellas voluntades que estuvieran bajo el influjo de un espectáculo futbolístico. Todo el que contemplando un partido de fútbol oiga el divino silbido pasará a servir a cualquier miembro de la orden con solo enseñarle el dorado balón de su estandarte. Obedecerán ciegamente sus instrucciones sin reserva ninguna. De esta manera, los torpones jugadores del Sabañón se convirtieron en ases del balón, pues recibieron la orden de entregarse por completo a jugar. De esta manera el Priorato ha atravesado los siglos sin haber caído en las redes de sus múltiples enemigos. De esta manera iban a hacerse en la final con el poder mundial.
La afición de todo el continente y de medio orbe estaba de parte del más débil. Millones de personas iban a ver el partido. Edgardo recalcó que era vital para el plan que el equipo marcara un gol. Cuando todo el mundo exaltado celebrara el tanto, el señor Talón, colocado en la sala de control de retrasmisión, haría sonar el silbo por uno de los micrófonos ya preparados al efecto. El sonido llegaría por los altavoces a todo el Estadio Olímpico y por las ondas a los cuatro puntos cardinales. El estado de euforia por el tanto actuaría de catalizador para que el antiguo trino que enajenaba voluntades tuviera los efectos deseados y conseguir que millones de espectadores pasen ipso facto a formar parte de las huestes de la orden ejecutando sin rechistar su voluntad. Jefes de estado, políticos, artistas, empresarios, más innumerables seres anónimos pasarán a engrosar las filas de la fe esférica y la harán determinante en la política mundial. Ahora, gracias a los adelantos de la técnica, se puede mandar el divino sonido de sumisión por el orbe entero. Todo depende de que los chicos metan un gol para que el mundo esté a nuestra  merced, cerrar el Vaticano y la Meca y permitir solamente la peregrinación a San Mamés y a Maracaná, así como abrir campos de fútbol en los solares de las extintas iglesias.

lunes, 2 de julio de 2012

La fe esférica (8-0)

el priorato del balon dorado

Y para conseguir esto mis chicos y yo teníamos que alcanzar la final de la liga de campeones. Muchos pensaban que en Primera  los grandes nos iban a laminar, pero no contaron con que se enfrentaban a once fanáticos azuzados por mí y por el resto de la cofradía. Los jugadores no se dejaron llevar por la fama y el dinero. Rehusaron las jugosas ofertas económicas y dieron la espalda a todas las tiparracas que se los querían trajinar para luego chuparles la sangre. Siguieron con su régimen espartano. No concedían entrevistas, era yo el encargado de relacionarme con esos buitres de los periodistas deportivos que no comprendían que gente tan sencilla pudiera vivir del fútbol sin acabar corrompido por los oropeles de la falsa fama de la que ellos eran sus más claros portavoces. A pesar de nuestra mala relación con los medios tenían que tragar pues éramos adorados por toda la afición.
No ganamos la liga porque no quisimos. Nuestro objetivo era clasificarnos para la máxima competición europea y dejar el resto para los demás. Aún así, el impacto de ser el primer club europeo que desde tercera llegaba directamente a lo alto de la competición aumentó nuestra masa de adeptos y nos convirtió en un fenómeno continental.
En la siguiente temporada nuestra consigna fue centrarnos en la Champions. Jugábamos los partidos de liga por compromiso, con suplentes y a medio gas, reservando fuerzas para el gran objetivo. El plan divino de nuestro Gran Maestre pasaba por llegar a ese último partido, aunque todavía no sabía los detalles particulares del mismo. Varias veces a lo largo del campeonato pensé que no lo conseguiríamos, que era demasiado para unos pobres chicos de pueblo, pero entonces una mano divina venía a sacarnos del apuro. Estaba claro que éramos los nuevos apóstoles librando la batalla final contra el mal y la oscuridad, y no íbamos a parar hasta que el bien y la verdad triunfaran.

lunes, 25 de junio de 2012

La fe esférica (7-0)

pribado priorato balon dorado


El acontecimiento se celebró en PRIBADO con una solemne ceremonia en la que se rememoró a todos los grandes comendadores que lo habían sido de la orden, que desde aquel partido fundacional en tierra santa  habían mantenido viva la sagrada llama de la religión esférica y que ahora veían cómo la profecía de que llegaría el día en que la única y antigua verdad volvería a reinar entre todas las naciones de la tierra estaba a punto de cumplirse. Valdegodos llamó a todos los estamentos de la orden a dar hasta la última gota de su sangre si fuera preciso por el triunfo de la causa.
Acabado el cónclave y mientras los demás se entregaban a la música y el vino, Javier y Edgardo se reunieron en una estancia aparte. En una mesa ricamente labrada y bajo un estandarte de la orden comenzó su monodia Edgardo.
-Ha de saber, querido Javier, que el plan maestro que desde hace siglos llevamos preparando está saliendo tal como estaba escrito. El ascenso a primera es un paso más en la imparable vuelta de la antigua fe esférica.
-Estoy preparado para ese gran día. Hágase en la tierra la voluntad del Supremo Seleccionador.
-Hoy le voy a hacer entrega del secreto último que alimenta nuestra fe, la sublime fuerza que el Todopoderoso ha depositado en nuestras manos para cumplir su voluntad y que a usted le voy a confiar porque será pieza clave en el plan divino.
-Solo soy un humilde entrenador pero no dudaré en realizar aquello que el Altísimo tenga a bien.
-No esperaba menos de usted. Ha de saber que nuestros jugadores, aparte de la entrega y la disciplina, están animados en su tarea por un soplo divino- dijo mientras bajaba el tono y continuaba con la exaltada dulzura propia de la experiencia mística, su peinado inmóvil exudando gomina de la emoción-. Nosotros, nuestra orden, somos los depositarios desde siempre del sagrado objeto de poder que abre todas las voluntades, el llamado vulgarmente santo grial por esas sectas de pacotilla, rosacruces, masones, templarios, que algo barruntaban sobre el asunto pero que nunca llegaron a  sospechar su verdadera naturaleza. Este objeto es el Sagrado Silbo, el pito que el arcángel Gabriel entregó a María para que lo usara el árbitro del decisivo encuentro entre hebreos y romanos. Sin que el trencilla fuese consciente de ello, este don divino pitaba indefectiblemente a favor de la escuadra de Jesús, lo que junto a la santa inspiración de su capitán hizo que lograra la victoria. Pero el pérfido Judas desveló el secreto del silbato a Pilatos, que inmediatamente apresó al árbitro, al que no le pudo encontrar nada. Cucufato, juez de línea y adicto en secreto a la causa hebrea, se hizo con él y, por expreso deseo de Jesús, se encargó de ponerlo a salvo. Se hizo pasar por mercader de uvas pasas para salir de Jerusalén, subió hasta Tiro y allí embarcó en la primera galera que encontró, que casualmente iba a Hispania. A la altura de Sicilia una gran tormenta azotó durante tres días y tres noches la embarcación. En mitad del temporal Cucufato recibió la visita del arcángel san Rafael, que le ordenó que para custodiar el Silbato Sagrado debería crear  una orden. Su principal cometido sería mantener alejado de manos impías este regalo divino y utilizarlo solo para ayudar a los justos. Desembarcó en la península con la intención de perderse entre sus gentes como mejor manera de esconderse de los agentes imperiales que estaban fatigando toda la geografía en su busca. Si bien su intención era volver lo antes posible a Palestina en cuanto aflojara la presión romana, al final acabó instalándose en los alrededores de Toledo, visto que los acontecimientos de tierra santa no hacían más que empeorar, pues Pilatos y sus esbirros, enterados del poder del pito, mataron y saquearon por todo el país.
Si no conseguían hacerse con él, al menos tenían que borrar su memoria de las gentes para que nadie osara a poner en entredicho el poder del César. Ya que el recuerdo de Jesús estaba aún muy vivo en la memoria de la plebe, así como la ayuda divina de la que dispuso en el decisivo partido, Pilatos recurrió a los servicios de un tal Pablo de Tarso, antiguo espía y recaudador de impuestos partidario de los romanos. Pablo, de febril imaginación, enemigo declarado del fútbol y del deporte en general y lleno de rencor hacia sus compatriotas por la barbarie en la que a su juicio vivían, inició una campaña de desprestigio del juego sagrado, además de cambiar la figura de Jesús por la de una especie de profeta-hijo de Dios con la que neutralizar a las masas de hinchas que coreaban su nombre en todos los partidos. Creó una satánica ensalada a base de creencias zoroástricas, leyes mosaicas, ritos paganos y metafísica griega de andar por casa para desmovilizar a la plebe y que dejaran de ser un peligro político para el imperio. Con el tiempo los Padres de la Iglesia aumentaron la impostura hasta que todo quedó irreconocible, una religión al servicio del poder que tenía una masa de fieles bien alejados de cualquier estadio. Aunque se acabó por prohibir cualquier espectáculo deportivo, nunca se dejó de investigar por parte de las autoridades imperiales y luego por la iglesia católica el paradero del Silbo Divino. Siempre supieron que en algún lugar existía un objeto otorgado por Dios a los hombres que concedía un poder inmenso. Desde el final de aquel decisivo partido, Cucufato y todos los grandes maestres de la orden hemos mantenido el santo grial lejos de las garras de los católicos y demás cristianos. Con el paso de los siglos otros grupos fueron entrando en el secreto, aunque siempre de forma parcial o errática, como esos payasos de masones, buscando, insinuando, enredando a ver si alguno se iba de la lengua y podían hacerse con el grial, pero hemos mantenido la promesa hecha por Cucufato al arcángel San Rafael. El cuarto maestre del priorato, Zacarías, tuvo una revelación en lo alto del Moncayo, a donde una voz interior le hizo subir. De allí surgió el Decálogo del Moncayo que rige nuestra conducta. En él se especifica que usaremos el Sagrado Silbo para satisfacer nuestras necesidades materiales y que esperaremos pacientemente a que los tiempos se vuelvan propicios para que la verdad esférica vuelva a reinar sobre todas las naciones. Hemos pasado por la edad oscura, atravesado el Renacimiento y la Ilustración, cruzado la convulsa etapa contemporánea esperando nuestro momento. Y ahora que el sagrado deporte vuelve a enardecer a las masas, ahora que millones de personas todos los fines de semana olvidan sus tristes vidas para poner sus ilusiones y anhelos en la suerte de su equipo preferido, ahora que sin saberlo están tan cerca de la divinidad, es cuando nuestra orden tiene que dar el golpe decisivo y vengar la muerte de nuestro fundador y hacernos con el poder mundial.