La semana santa ha pasado cargada de pasión. No solo por las falanges de capuchones puntiagudos apuntando a la luna, ni por las laicas barrigas cara al sol en las playas, ni siquiera por la bizarra estampa de Felipe VI el Preparado a pie de paso, no. Fue algo más escatológico, si cabe. Esta semana santa hemos contemplado sucesos difíciles de interpretar. Primero fue nada menos que la virgen del Rocío, la de Vélez-Málaga, la que saltó en llamas en plena procesión. Luego fue la virgen de Gracia de Almadén de la Plata, menos conocida ella, la que salió chamuscada. Así hasta cuatro o cinco, lo nunca visto.
Lo fácil sería pensar que nuestra madre celestial se inflamó de pena ante los muchos y variados pecados de sus cada vez menos y pasotas fieles. No debemos quedarnos en un análisis tan simplón, aunque algo haya de ello. Las más preclaras mentes teológicas apuntan a un contubernio ateo masónico destinado a socavar los pilares mismos de la cristiandad. Concretamente, sospechan de los liantes de la agenda 2030, en comandilla con los más recalcitrantes del colectivo LGTBI, enanos bolcheviques mezcaleros, separatistas bolivarianos ludópatas y monaguillos renegados. Otra escuela teológica más mundana aventura una interpretación de andar por casa. La virgen se inmolaría para llamar la atención sobre el cambio climático, visto que en unas décadas no habrá cristiano que pueda salir a la calle, ya sea a la misa o al bar.
Nosotros sospechamos que el fenómeno tiene que ver con la pérdida de visibilidad de esta señora. Desde que los móviles tienen cámara han bajado exponencialmente las apariciones marianas, suponemos que por su natural timidez y el miedo a que la utilicen para memes poco edificantes. Un estudio en profundidad del nuevo testamento nos inclina a pensar que María no se sentiría a gusto en redes sociales. Así que ha optado por un acto radical para llamar la atención sobre su propia persona y su papel clave en el plan divino. Y lo ha conseguido. Lástima que después de esta semana donde la han paseado arriba y abajo como patata caliente, la volverán a aparcar en alguna lóbrega capilla, y no se acordarán de ella hasta el año próximo. Así de inconstante es la fe de muchos.