lunes, 21 de marzo de 2022

El caso Gerión (VII)


 

¡Ese necio siempre se creyó por encima de todos nosotros! – sus ojos azules hervían de rabia mientras se encendían sus mejillas – se pensaba que por tener la mejor mano izquierda del escalafón tenía derecho a decirnos qué es lo que teníamos que hacer.

Y por eso, cuando pudiste, le hundiste.

Te equivocas, se hundió él solo. Ese toreo esencial que practicaba no era lo que le gustaba al público de nuestra época, ni ahora. La gente no quiere drama, quiere filigrana, no quiere tragedia, quiere posturitas, brindis al sol, banderillas con una mano.

Y el señor Cuenca no estaba por bailarle el agua a esa gente.

El señor Cuenca con todo su arte nos trataba como a fenicios solo porque intentábamos mantener viva la fiesta. Aunque su estilo no era el mejor para llenar las plazas hubiera habido un sitio para él de haber sido más transigente, pero jamás se avino a razones. No se puede torear solo para cuatro críticos y dos mayorales. Todo el mundo pasa por taquilla y hay que darle a todos lo que piden.

Por eso le boicoteaste hasta que tuvo que cortarse la coleta – se quedó callado mientras me miraba. Viejos fantasmas parecían acecharle, dejó la banqueta y empezó a caminar por la cuadra mientras me hablaba. Se dirigía a mí, pero era a mi cliente a quien hablaba.

Muchas veces intenté por personas interpuestas llegar a él. Solo conseguí el silencio, mucho peor que el desprecio. Yo era cabeza de cartel de Sevilla a Bildania, yo abrí las Américas, tenía el mundo a mis pies. Mi toreo no era el más ortodoxo, pero sí efectivo. Curro jamás reconoció mi valía, encerrado en su castillo de orgullo. En secreto y disfrazado acudía a verle torear. Ese hombre tenía duende, tenía ángel. Nadie ha interpretado el natural como él. Pero el nuevo público criado en la ciudad y sin un conocimiento del ganado como las gentes de campo, solo veía series y series de muletazos. Mis pases nunca tuvieron la profundidad ni la hondura de los suyos, pero sabía hacer vibrar a la afición. Si hubiéramos seguido sus derroteros, hoy estarían todas las plazas cerradas.

Vamos, que todavía tenemos que darte las gracias.

¡Claro que sí, imbécil! se volvió iracundo hacia mí y me lanzó una patada. Como no era tan bueno como sus esbirros pude esquivarla. Estamos acosados por todas partes, lo nuestro es un espectáculo sangriento en el que se matan animales, mucha gente no lo entiende y quiere prohibirlo. Si encima le damos la espalda al público, en dos días nos cierran el chiringuito. Y Curro nunca quiso ver que el verdadero problema no eran los toros sino estos tiempos modernos que juegan en nuestra contra.

Pero al final os dejó la fiesta para vosotros solos. ¿Por qué venís ahora a guindarle el semental? ¡Tanto vale ese toro o todo es cuestión de orgullo?

Ya veo que no te dijo quién es Gerión, y volvió a reír con esa risa que tan poca gracia me hacía Curro se retiró de los ruedos, pero siguió en secreto maquinando. En sus delirios de purismo, imaginó que la decadencia de la fiesta se debía a la degeneración del toro, que todo el trabajo de selección durante siglos hecho en las ganaderías solo había producido animales de líneas finas pero que habían perdido la bravura original. Casi todo lo que se mata hoy es Vistahermosa, pero Curro empezó a mezclar con otros encastes, y no solo eso sino que buscó razas olvidadas en comarcas perdidas de España y Portugal. En su ceguera creía que todo lo llevaba en secreto, pero yo estuve siempre al tanto de sus andanzas. Hasta le facilité sin que él lo supiera algún ejemplar. Después acabó contratando genetistas y gastó toda su fortuna en desmenuzar el ADN del toro y con recortes de todas las razas de la península crear a Gerión. Según él es el arquetipo de toro salvaje que señoreaba las dehesas de la prehistoria, el uro originario, la encarnación del poder de la naturaleza, el tótem.

No me vengas con que es un toro probeta.

Sí, Curro quiere imponer un nuevo prototipo que según sus fantasías acercará el rito del toreo a su estado primigenio. Bobadas, en la antigüedad mataban toros como un espectáculo circense. Ahora hacemos lo mismo pero con más estilo. No necesitamos esos toros broncos que no permiten el lucimiento. Por eso yo, el Hércules de hoy, le robé su toro. Porque quiere hundir el negocio, y no se lo voy a permitir. Mañana vamos a torear a Gerión en mi tentadero, he vendido las entradas a miles de euros. Hay aficionados de todo el mundo que han pagado lo que les he pedido y más por ver el toro venido de la noche de los tiempos. Rafa Rodríguez El Cayena lo lidiará, un protegido mío que viene pisando fuerte y que torea lo que le echen. Voy a llenar mis arcas con el trabajo de ése desaborido de Curro y así mi venganza será completa.

Eso será si yo te dejo – apunté con chulería a pesar de no ser el mejor momento. El Guindi se río a gusto.

Hasta en eso Curro demuestra que está fuera del mundo. Se cree que mandándome a un detective de tercera va a parar mis planes. – Tenía razón, era un detective del montón, pero me jodió y desde el suelo le lancé una patada que le lamió el muslo como un latigazo. Saltó hacia atrás, abrió la puerta y llamó a sus subalternos. Entraron y me zurraron hasta que perdí el conocimiento.

lunes, 14 de marzo de 2022

El caso Gerión (VI)


 

¡Me cago en todos tus muertos, cabrón!

Vale, ya sé que no son maneras, pero a mí cuando me despiertan a base de patadas en las gónadas pierdo la poca educación que tengo. El patán que me estaba pateando se vino arriba con el jaleo que monté y remató la faena con otro par de centros chutes al área de mi entrepierna. Después, no sé si por refrescarme o por rematarme, me echó un cubo de agua fría. Si esta es la tónica con los invitados de la Imperiosa, mejor no vayan.

Mi anfitrión bien pudiera ser primo de Curro Cuenca, delgado, alto, corto en palabras, pero largo en hechos, sobre todo con las piernas. El sitio en el que estaba parecía una cuadra, y no solo por el cerdo que me acompañaba. Una vez comprobado que estaba bien despierto me dejó solo. Dirán por qué me dejé arrear sin más, pero tenía una mano esposada a una argolla de la pared, a un metro de altura. La cabeza me ardía del batacazo con el que me habían tumbado, y con mis atributos maltrechos y calado hasta los huesos, puede decirse que no imponía mucho respeto, así que me preparé para lo peor. Por un ventanuco vi que estaba amaneciendo, y el ruido que se oía por los alrededores indicaba que el mundo se preparaba para un nuevo día de trabajo.

Yo seguí a lo mío, lamiéndome las heridas como podía, hasta que entraron dos tipos, el de la primera vez y un colega, escoltando a otro de mediana estatura y buena panza, bien disimulada por un traje a medida, calvo y ojos azules que parecían estar mirando siempre desde arriba. Demostraba una inteligencia viva para hacerse rápidamente con la situación y llevarla a su terreno. Con gestos y medias miradas daba las órdenes. A pesar de que solo le conocía de fotos antiguas que conseguí en Internet, cuando su perfil era menos curvilíneo, no me costó deducir que éste era la tercera incógnita de la ecuación junto a Gerión y a Curro.

El Guindi, supongo.

Don Esteban, mamarracho – respondió el de los pies ligeros mientras amagaba otro puntapié.

Vaya, el Curro contrató a un guasón dijo con la mirada fija y una sonrisa de las que no presagian nada bueno.

Pensaba que era el indicado para buscar al bombero torero – el otro respondió con un movimiento de cabeza. Prestos y serviciales, los peones se me acercaron y empezaron a patearme, cada uno por un lado. Esta vez no se anduvieron con chiquitas y me dieron sin compasión. Sus botas de campo mordían como hienas, machacando mi cara una y otra vez. Tumbado en el suelo y atado a la pared poca resistencia podía ofrecer Por un momento creí que no iban a parar hasta matarme. Pensé en Marisol, en el haragán de mi hijo, en lo bien que habría estado de segurata en el carrefour, donde la clientela no tiene por costumbre liarse a patadas contigo cuando les pillas robando latas de atún. Al rato, para mi bastante largo, dieron por concluida su demostración a otra seña de Don Esteban. Yo sangraba por todos mis poros, mis oídos oían lo que les daba la gana y el ojo derecho había desaparecido bajo los moretones. Nos dejaron solos.

¿Has llegado hasta aquí por propia iniciativa o por consejo del Curro? continuó como si el interludio camorrista no hubiera existido. Yo sopesé si no era mejor morderme la lengua ahora que me sangraba para no darle motivos para otra zurra.

¿No te ha informado el chivato que tienes dentro?

El hombre no puede estar en todo.

Claro, robar sementales y pegar la oreja a la puerta es mucho curro.

Eso de robar es una palabra exagerada dijo el Guindi mientras limpiaba una banqueta y se sentaba.

Tomar prestado, distraer, o igual te gusta más guindar.

Como te vuelvas a hacer el gracioso llamo a mis hombres y nos reímos todos.

El caso es que tu amigo Curro cree que en la plaza no valías nada y que fuera de ella has echado a perder la fiesta. Que eres un miserable pesetero y que le has robado a Geríon solo por joderle dije de corrido para no arrepentirme. El otro ni se inmutó.

Nada nuevo viniendo de él.

Cree que su querido Gerión es un nuevo tipo de toro que relanzará la tauromaquia y que tú y tus mariachis solo estáis interesados en el torito guapo con el que las figuras hacen desplantes.

Siempre se ha creído la quintaesencia del mundillo, vaya engreído.

Sí, pero tiene razón.

¡Y tú qué sabrás! Si no fuera por mí, los toros hoy serían un espectáculo cutre de plaza de pueblo. ¡Yo he llevado a la fiesta al siglo XXI!

A base de soltar al ruedo vacaburras.

Yo le doy a la gente lo que demanda: espectáculo.

Según tu colega eras un saltimbanqui. Haberte quedado en el circo.

lunes, 7 de marzo de 2022

El caso Gerión (V)


 

Y seguí mi camino rumbo al sur. Bien se notaba que el Guindi era andaluz, pues la mayor parte de sus cortijos estaban en la zona de Sevilla, Cádiz, Huelva y alguno más en Badajoz. Yo que llevo las brumas del cantábrico como una segunda piel, ante la luminosidad de aquella tierra me escondí tras las gafas de sol. Podría presumir de que llegué a La Imperiosa por una corazonada, por mi instinto de sabueso, o tras un minucioso estudio de probabilidades. La verdad es que empecé por la más grande, que supuse que un magnate de la tauromaquia no iba a pasar estrecheces, y mucho menos el semental que se había llevado, al que le montaría un harén con lo mejorcito de lo disponible. Voy a correr un velo de silencio sobre por qué parte caía la finca, no sea que mañana vayan todos a meter las narices por allí. Como siempre probé suerte en el lugar civilizado más cercano, en este caso un pueblo de esos que parece que acaban de despertarse de una siesta de siglos, encalado de arriba abajo para que la luz rebotara una y mil veces, y donde los únicos seres vivos que encontré estaban acodados a la barra del bar. Me recibieron con una mezcla de indiferencia y recelo que no pude por menos que soslayar. Charlar con gente de este pelo es difícil, y sacarles algo misión imposible. Al ver que me interesaba por la finca del Guindi se cerraron en banda y ante la pregunta de si estaba por allí por un casual, el más locuaz, uno con una barba blanca de tres días y un estrafalario peluquín rubio, me dijo que Don Esteban solía venir mucho por allí, pero que ahora mismo no estaba. Nada más contaron los parroquianos. Acabé la caña y me marché calle abajo. Estuve dando una vuelta sin rumbo fijo hasta que en una pequeña plazuela encontré a unos niños jugando. Ésta es la mía pensé, y me acerqué a uno moreno que se estaba dejando los pulgares en la Nintendo. Le pregunté si quería ganarse veinte euros. Me dijo que sí sin apartar la vista de la pantalla.

¿Qué sabes de la Imperiosa?

Que tiene muchos toros.

¿Y estos días hay alguna novedad?

Sí, ayer y hoy no hacen más que entrar cochazos a todas horas.

¿Y qué celebran?

Pues no lo sé, pero se ven tíos con corbatas muy largas y tías con faldas muy cortas. Era observador el enano. Le di sus euros que cogió sin mover los ojos del strike fighters o lo que fuera a lo que estuviera jugando. Parece que tendría que cursarles una visita de cortesía a los del cortijo.

Ya dije que la Imperiosa era la principal hacienda del imperio del Guindi, pero hasta que no estás en ella no te das cuenta de lo grande que es. Aquí sí que puedes decir que todo lo que alcanza la vista, y más, es suyo. Estuve haciendo una inspección visual antes de la caída de la tarde para orientarme, y a la noche salté la alambrada y empecé a pedalear. Una pista de tierra cruzaba la finca de norte a sur, y de ella salía un ramal que iba a dar al cortijo y demás edificios. Yo procuré ir en paralelo al camino para no tener algún encuentro no deseado. Había visto a varios hombres a caballo haciendo la ronda por el perímetro y un todoterreno vigilando en un cruce. Aquí había más que guardar. De repente los focos de un deportivo negro me obligaron a echar cuerpo a tierra, y en la lejanía se dibujaban más faros acercándose. Decidí alejarme de la carretera para evitar a los invitados que no dejaban de llegar, pero no sé muy bien cómo acabé metiéndome donde no me llaman.

Sabrán ustedes que uno de mis muchos oficios es tocar los teclados en una de esas orquestas pachangueras de bodas, verbenas y demás. Muchas veces había tenido que darle a esa cumbre de la música hortera que es el Toro y la Luna que hace que la gente berree cosa mala. Pero créanme que en una dehesa a las doce de la noche el perfil de un toro no mueve a dar palmas si no a salir por patas. No sé si yo me metí sin saber en algún cercado, o si el toro salió a ver el desfile de bugatis. El caso es que ahí estábamos frente a frente. Visto con más tranquilidad, creo que el toro pasaba bastante de mí, pero el miedo no me dejó sopesar la situación. Agarré la bicicleta y metí el piñón pequeño. Ahí me hubiera a mí gustado ver a Sherlock Holmes, bregando con un animal de 500kg y no con ése caniche de los Baskerville. Iba tan concentrado en meter tierra por medio del torito guapo que perdí de vista todo lo demás. Llegué a una cerca, tiré la bici al otro lado y pasé. No parecía que me siguiera nadie por detrás. En ese momento creí notar un movimiento por mi izquierda, miré y vi dos caballos atados a un árbol. Luego sentí un fuerte golpe en la sien. Mientras caía redondo iba pensando en lo imbécil que había sido.