
Mientras repetía Odium humani generis, Tenochtitlan, Odium humani generis se fue desnudando. Yo estaba acojonado por el costo fumado y el ataque preventivo que me barruntaba de la heavy, pero ver sueltas aquellas tetas con cruces invertidas tatuadas y un macho cabrío encima del coño me puso más cachondo que piratear Netflix. La calavera de pareja que me había echado solo tenía oídos para los aullidos que salían de la cinta y sus monsergas, pero al quitarse el tanga y ponérseme encima me pilló con la polla tiesa esperando su visita. Se movía con la rabia de todas las calderas del infierno. Mira que he tenido citas raras, pero pocas como esa, al lado de un pueblo en ruinas con sus muertos gritando desde un casete y poseído por una posesa. Es difícil hacer el amor en un simca mil, pero en la furgo de una satánica tampoco es fácil por más que no hubiera problemas de espacio. La reina de la noche de Belchite se agitaba como una loca mientras gritaba Antofagasta, Halicarnaso, Samarcanda y cosas parecidas, que no sé si había aprendido en Pasa Palabra o le salían en los huevos Kínder. La chica tenía algo especial, la chica era guerrera con sus tetas apuntando como misiles a mis empañadas gafas. Yo quería bailar la guerra mientras ella gritaba Dies irae, Peloponeso, Dies irae, y sus uñas como cuchillas de afeitar cruzaban mi espalda de arriba abajo, que parecía que me estaba follando a Eduardo Manostijeras. De pronto puso los ojos en blanco y el cuerpo tieso como una tabla, luego sus tetas de goma dos y nitroglicerina empezaron a temblar como en el terremoto de San Francisco. Me clavó las uñas en la espalda y empezó a susurrar como un mantra Pernambuco, Pernambuco. Satisfecha, se tiró a un lado mientras de la cinta maldita seguían saliendo tiros y gritos. En el infierno hay mucho vicio, bien lo sabía Paki, que no contenta con lo que le di se puso a acariciarse el chocho al ritmo del casete y un Salve Satán, Vladivostok, Salve Satán. Como a mí no me había dado tiempo a correrme fui a montarla por acabar la faena, pero de otro arreón me quitó de encima y me soltó un cáscatela en la calle que no me pareció muy constructivo. En fin, que entendía suficiente de psicología satánica como para saber que Paki estaba todavía haciendo el duelo del pavo que la había chuleado. Me daba que esto era el principio de una relación de largo recorrido, ir tan lejos para una primera cita no tenía otra explicación. Era apasionada y le gustaba mi chorizo, seguro que vendría a por más.