lunes, 14 de septiembre de 2020

Psicofonías sexuales (III)


 

—Hola, mamoncete, ¿qué haces por aquí? —me soltó nada más parar la furgo en la que pasó a buscarme. Pisándole fuerte autopista adelante me fue contando el programa de fiestas. Íbamos a Belchite, pueblacho abandonado tras la guerra civil, a grabar psicofonías. Las voces de los muertos me ponen mogollón dijo con mirada viciosa. A mí también, le seguí la corriente a la muerta viviente mientras me concentraba en sus tetas. De camino me contó cómo le había roto el corazón otro seguidor del diablo que le ponía los cuernos con una colega de secta. Vale que se la follara, pero no va el cabrón y me suelta que se había enamorado, es que flipo, tío, se quejó entre lingotazo y lingotazo de cerveza. El romanticismo está matando el amor respondí entre caladas del porro que me pasó y que me dejó como si me asfaltaran el cerebro.

Al atardecer llegamos a Belchite, Paki medio ciega y yo flipado entero. Aparcamos a las afueras, sacó un espray y dibujó en el suelo un círculo satánico. En el puto medio puso un radio casete de cuando Escorbuto potaba por las esquinas, pues según la experta para grabar a los del más allá hay que usar material analógico. Le dio al record y nos metimos al coche mientras la cinta daba vueltas en medio del círculo, a la escucha de almas en pena. Paki improvisó una oración a base de dolores, almas atormentadas, prisiones infernales, unas gotas de odio y palabrejas raras. Yo me hice una composición de lugar: si una siniestra te trae hasta Mordor es que quiere tema, así que intenté meterle mano. Me respondió con un manotazo mientras seguía su cháchara con los ojos cerrados, como en trance, invocando a Belcebú o a Benny Hill, vete tú a saber. En vista de que seguía a lo suyo sin mirarme, tentado estuve a hacerme una paja para no irme de vacío, cuando salió a recoger la cinta que ya había acabado. Yo creía que aquel cachivache como mucho grabaría los ronquidos de algún saltamontes, pero hete aquí que lo que salió del escacharrado radiocasete fue algo realmente terrorífico: el Payo Juan Manuel cantando Una vieja y un viejo van pa Albacete. Paki se cagó en los muertos más frescos de todos los payos y gitanos, y dijo que el casete era de su viejo. Corrió hacia delante la cinta, le dio la vuelta, y desaparecieron viejos y payos. De hecho, durante un rato nadie aparecía ni a saludar, algo que ya sospechaba, pero no le iba a quitar la ilusión a Paki. El silencio era incómodo, mi churri con los ojos cerrados a la espera y yo sin saber si intentar otro acercamiento antes de que apareciera Belcebú y me chafara el plan. La vieja cinta se pasó cinco minutos sin nada que decir, hasta que de repente sobre el ruido de fondo brotaron repiques de campana, gemidos, ráfagas de metralleta y otros ruidos raros. La verdad, a mí me parecía un trozo de la Chaqueta metálica u otra por el estilo, pero el caso es que Paki se puso como una moto.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Psicofonías sexuales (II)


 

Pasaron las semanas y la morena vestida de negro parecía que se la había tragado la tierra. No volvió por el bar, no la vi por la calle, nadie supo darme razón. Quizás hubiera escapado un rato de una peli de Chucky, o fuera una semidiosa de World of Warcraft de paso por el barrio. Al principio estaba dispuesto a buscarla en Groenlandia, en Perú o en los anillos de Saturno. Luego fui dejando pasar la cosa, como me suele ocurrir.

El cuerpo es sabio, y más el mío, y gracias a él me reencontré con Paki. También se lo debo a Marisol y a sus callos picantes, que despertaron mis almorranas de tal manera que no me daban cuartelillo ni de día ni de noche. Tuve que ir al médico y en el centro de salud estaba ella. Nada más verla en la sala de espera me sentí igual que una cabeza tractora de mil caballos subiendo escaleras arriba. Pensé en qué haría mi adorado Harry el Sucio si se viera en otra igual, saqué toda la artillería y me senté a su lado. Visto lo frío que fue nuestro primer encuentro no lo mencioné ni ella parecía recordarlo.

Puse la mirada de sobrado que tanto resultado me había dado otras veces, en plan si te vienes conmigo tía no necesitarás volver a actualizar el antivirus. Lo de qué hace una chica como tú en un ambulatorio como este la pilló desprevenida, cuando le dije que me gustaba el toque vintage de su camiseta con el tío Creepy siguió en sus trece. Luego le hablé de Freddy Krueger y de La matanza caníbal de los garrulos lisérgicos, que viera que controlaba los clásicos. Su escote dejaba ver una calavera tatuada en el canalillo, llevaba piercing en la lengua y la nariz, y una cadena marcaba su cintura con elegancia de ferretería. Nunca he sido muy del gremio, pero más vale ser heavy que maricón de playa. Al principio me miraba con ganas de bailar sobre mi tumba, luego me siguió el rollo al confesarle que me sabía capítulos de carrerilla del Señor de los anillos. Cuando parecía que la llevaba a mi terreno llegó mi turno y fui a la consulta del médico a confesarle mis problemas más íntimos. Pero al salir seguía allí, y supe tocar la tecla adecuada: la invité a una birra. Tras pasar ella por manos del matasanos cayó en las mías. La tía era una esponja, y bien empapada de cerveza se fue soltando. Le gustaba lo paranormal, los demonios, los orcos, los arcanos, Black Sabbath y las palabras exóticas, y medio dejó caer algún desengaño sentimental. Después de pasarme toda la tarde financiándola botellín tras botellín conseguí su móvil, y al despedirnos me dedicó un eructo cervecero en el que iba implícito cierta complicidad. La semana siguiente la sometí a un bombardeo de emoticonos diabólicos, citas del Necronomicon, videos de casquería fina y esta labia que me caracteriza a jornada completa, hasta que conseguí una cita con ella.

lunes, 31 de agosto de 2020

Psicofonías sexuales (I)


 

Estaba en la barra del Tichi´s desayunando mis anchoas con nocilla y leyendo el periódico como cada mañana. A primera hora la clientela no venía a gozar del calor del amor en mi bar, lo que me dejaba tiempo para pensar en mis cosas. Soy un tío informado, ahora tiro de internet, pero siempre me ha gustado la prensa escrita: los sucesos, la quiniela, el horóscopo, los anuncios. Es mi manera de estar en la pomada, lo mismo te enteras de una oferta de amortiguadores, de que al frutero le han robado el coche o de la nueva de Predator. Marisol trasteaba en la cocina, maldita sea, algún día le robaré el secreto de sus croquetas. Gracias a su mano con las cazuelas el negocio iba viento en popa, la mujer valía su peso en marisco. Solo había dos clientes en el local. Toni hablaba consigo mismo sobre sus cosas al fondo de la barra mientras se metía su segundo carajillo, desde que se separara se le había ido un poco la olla. El otro era Javier, de pie en una mesita alta, con un té rojo con limón, escribiendo en su eterno cuaderno negro la obra que daría un vuelco al panorama literario, o eso decía él. Pero es lo que tiene la hostelería, que en cualquier momento entra por la puerta alguien que rompe con la rutina y de paso te rompe el corazón. Ese día entró Paki y pidió un solo bien cargado con sacarina, maneras de vivir.

 Antes de que abriera la boca ya sabía que esa tía me molaba. Vestida de negro, llevaba una camiseta de Iron Maiden donde un diablo de dientes de sierra sonreía justo a la altura de sus grandes tetas. Pelo negro despeinado a conciencia, labios pintados de negro, cruz egipcia tatuada bajo una oreja, mirada de poseer conexión directa con el infierno, tenía ese algo misterioso que no dejaba indiferente a nadie, y a mí me ponía más que cuando en el Call of Duty le vacías el cargador a algún julay. Sabía que no podía perder el tiempo, era la primera vez que aparecía por el Tichi´s e igual no la volvía a ver. Le entré preguntándole si el solo estaba a su gusto. Respondió con una mueca que no supe interpretar. Le dije que tenía el vinilo del disco de los Maiden que llevaba en la camiseta, respondió que eran unos moñas, la llevaba por el diablo nada más. Sin previo aviso se bajó del taburete, se dio media vuelta y se largó sin decir adiós.

No es la primera vez que me dan calabazas, pero sí de forma tan contundente. El que fuera a primera hora y me pillara con la legaña puesta valía como disculpa, pero todo el día estuve con la sangre de mi tristeza haciendo de las suyas. Fue un encuentro fugaz, un instante en el que universo te muestra el camino, estaba seguro de que con aquella mujer podría bailar un rock and roll toda la noche hasta que saliera el sol. Lástima que ella no lo supiera. Pregunté a Toni y a Marisol si la conocían. El Toni sentenció que era una mongui player, categoría de su invención donde metía a todas las tías. Mi leal cocinera me dijo mientras le daba la vuelta a la tortilla con ese garbo que dios le dio que le sonaba del barrio, así que era posible un nuevo encuentro. Con eso me consolé.