—Hola, mamoncete, ¿qué haces por aquí? —me soltó nada más parar la furgo en la que pasó a buscarme. Pisándole fuerte autopista adelante me fue contando el programa de fiestas. Íbamos a Belchite, pueblacho abandonado tras la guerra civil, a grabar psicofonías. Las voces de los muertos me ponen mogollón dijo con mirada viciosa. A mí también, le seguí la corriente a la muerta viviente mientras me concentraba en sus tetas. De camino me contó cómo le había roto el corazón otro seguidor del diablo que le ponía los cuernos con una colega de secta. Vale que se la follara, pero no va el cabrón y me suelta que se había enamorado, es que flipo, tío, se quejó entre lingotazo y lingotazo de cerveza. El romanticismo está matando el amor respondí entre caladas del porro que me pasó y que me dejó como si me asfaltaran el cerebro.
Al atardecer llegamos a Belchite, Paki medio ciega y yo flipado entero. Aparcamos a las afueras, sacó un espray y dibujó en el suelo un círculo satánico. En el puto medio puso un radio casete de cuando Escorbuto potaba por las esquinas, pues según la experta para grabar a los del más allá hay que usar material analógico. Le dio al record y nos metimos al coche mientras la cinta daba vueltas en medio del círculo, a la escucha de almas en pena. Paki improvisó una oración a base de dolores, almas atormentadas, prisiones infernales, unas gotas de odio y palabrejas raras. Yo me hice una composición de lugar: si una siniestra te trae hasta Mordor es que quiere tema, así que intenté meterle mano. Me respondió con un manotazo mientras seguía su cháchara con los ojos cerrados, como en trance, invocando a Belcebú o a Benny Hill, vete tú a saber. En vista de que seguía a lo suyo sin mirarme, tentado estuve a hacerme una paja para no irme de vacío, cuando salió a recoger la cinta que ya había acabado. Yo creía que aquel cachivache como mucho grabaría los ronquidos de algún saltamontes, pero hete aquí que lo que salió del escacharrado radiocasete fue algo realmente terrorífico: el Payo Juan Manuel cantando Una vieja y un viejo van pa Albacete. Paki se cagó en los muertos más frescos de todos los payos y gitanos, y dijo que el casete era de su viejo. Corrió hacia delante la cinta, le dio la vuelta, y desaparecieron viejos y payos. De hecho, durante un rato nadie aparecía ni a saludar, algo que ya sospechaba, pero no le iba a quitar la ilusión a Paki. El silencio era incómodo, mi churri con los ojos cerrados a la espera y yo sin saber si intentar otro acercamiento antes de que apareciera Belcebú y me chafara el plan. La vieja cinta se pasó cinco minutos sin nada que decir, hasta que de repente sobre el ruido de fondo brotaron repiques de campana, gemidos, ráfagas de metralleta y otros ruidos raros. La verdad, a mí me parecía un trozo de la Chaqueta metálica u otra por el estilo, pero el caso es que Paki se puso como una moto.