Con ochenta y cinco abriles desposa por tercera vez doña Cayetana. Con un castellano viejo, palentino para más señas. No es la boda del siglo porque entre los dos suman siglo y medio, pero sí muy andaluza: peinetas, mantillas, grupos rocieros, jaleo, señoritos y toreros a diestro y siniestro.
A la edad en que muchas se dedican a vivir de las rentas, la duquesa, rentista de toda la vida, se pone el mundo por montera y se casa con un aficionado a las pelis en VOS, que es muy inquieta la señora en lo cultural. Alfonso Díez ha cumplido el sueño de todo español: dar el braguetazo, enlazar con la nobleza. El que Cayetana haya enterrado ya a dos maridos no asustó al nuevo duque consorte, que ser grande de España bien vale el envite.
Asistió lo más granado a la ceremonia en el palacio de las Dueñas, en otros tiempos escenario de los amores niños de Machado, hoy de los juegos de la edad tardía de la duquesa. Vitorio y Luccino, adalides del diseño sevillita, echaron por tierra todas las quinielas sobre el traje de la novia al vestirla de calle y rosa palo. La familia dio mucho juego, que si en todas las casa cuecen habas, en la de Alba a calderadas. Eugenia contrajo una inoportuna varicela, no sabemos si de envidia o porque le tocaba. El culto y refinado Jacobo se ausentó con la escusa de un viaje a París a comprar cruasanes. Quizás tuvo algo que ver las perlas que soltó su madre sobre su mujer, tachándola de mala y envidiosa. Entre los que sí estuvieron destacó Cayetano, jinete, caballero y bont vivant, modelo a seguir entre las clases pasivas.
Fuera de la familia, solo los íntimos. Carmen Tello y su perfil austero oficiaron de madrina. Detrás, medio escalafón taurino. El faraón de Camas, inescrutable, como siempre. Cayetano, más amigo de las pasarelas que de los paseillos. Fran Rivera, el ex yerno perfecto. Sólo faltaba el bombero torero, no sabemos si por varicela también.
Y de subalternos, de corifeos, los sevillanos, contentos de hacer bulto en una boda de señoritos. Gentes de alma quieta que jalean a aquellos que llevan siglos ninguneándoles. En vez de empuñar el hacha vengadora se deshacen en piropos a la plutócrata que los vampiriza desde hace generaciones. El vano ayer ha engendrado un presente vacío, y por desgracia, permanente. El pueblo seguirá utilizando la cabeza solo para embestir, y la duquesa y sus descendientes seguirán riéndose de ellos mientras caracolean en sus narices.