Era una tarde de tantas en el apacible otoño mediterraneo. El sereno crepúsculo diluía el día en Javalí Viejo, una pedanía de la ciudad de Murcia. Nada hacía presagiar la terrible tragedia que se estaba preparando. Las familias se sentaban frente al televisor dispuestas a ser irradiadas, los más díscolos se dedicaban a entretenimientos más peregrinos. De pronto, sin previo aviso, comenzó a sonar por toda la pedanía Cumpleaños feliz de Parchís. La pegadiza melodía brotaba del sistema de megafonía del colegio sito en el término municipal. Más de uno dejaría escapar una sonrisa de complicidad al oír tan chiripitiflautica canción, melodía central de mil onomásticas infantiles. El tema soñó una vez. Y luego otra. Y otra vez. Cuanto más se reproducía más se torcían las iniciales sonrisas. De alguna manera, la megafonía del colegio había saltado a las once de la noche con la intención de amenizar toda la pedanía. Tanto viejos como jóvenes de jabalí Viejo comenzaron a rayarse ante la sobre exposición sonora. Les dieron las doce, la una y las dos, y los amigos de Parchís seguían erre que erre. La machacona rutina roía los nervios de la población, Javalí Viejo era salvajemente atacada. Alguno llamaría más que irritado a la SGAE pidiendo que los derechos de la maldita canción se entregaran a la Asociación de Enemigos del Parchís (ASENPA) de próxima creación. Otros reclamaron la intervención del ejército, solo la cabra de la legión podría salvarles. Alguno quizás prometió peregrinar a Graceland si paraba la tortura. Nada funcionó, Parchís seguía a volumen brutal. Javalí Viejo en estado de shock, la pedanía patas arriba.
Al final, la heroica intervención de los bomberos a las cuatro y media de la mañana puso fin al martirio. Asaltaron el colegio y destruyeron el bucle infernal. Todavía no está claro el origen de semejante barbarie. Podría ser la travesura de algún alumno. Podría ser algún error técnico. O quizás fueron hackers norcoreanos ensayando la nueva guerra híbrida. Por si acaso, oído al parche si viven cerca de centros escolares, no se repita el dantesco suceso con temas de Pablo Alborán o Pitingo, los daños podrían ser irreparables. Mientras tanto, en Javalí Viejo se lamen las heridas. Falta evaluar las secuelas psicológicas de la población expuesta a la serenata apocalíptica. Más de uno al oír de nuevo el temazo de Parchís puede perder el control de sus esfínteres. Tendrán que aprender a vivir con ello.