–También cae dentro de los dominios del pecado, pero a ojos de Nuestro Señor sería menos ofensivo si para saciar nuestro deseo te conociera analmente.
– ¿Qué quieres decir?
–Que a ojos de Nuestro Señor el orificio anal no reviste la misma trascendencia que la vagina.
–Quieres decir que para contentar a tu señor me quieres dar por culo– le empecé a gritar.
–No mujer, así dicho suena muy crudo, pero…–no le dejé terminar.
– ¡Y tan crudo, quieres romperme el culo para no escandalizar a tu Dios! ¡Serás cabrón!
–No hables de esa manera, amor– intentó tranquilizarme poniendo carita de angelote de Murillo.
Amor, amor, decía el desgraciado. Si es que era como todos. De eso se trataba. Mucho hacerse el estrecho y el mojigato para que luego me venga con ésas. Mira que me han pedido cosas raras en esta vida con las razones más peregrinas, pero pedirme que me deje encular por el amor de Dios ya pasaba de castaño oscuro. Así que todos estos largos prolegómenos eran para ponerme tan cachonda que ya me diera igual por donde me la metiera, por el culo, por la oreja, por donde sea que ésta está más mojada que el mapa de las Azores. Si es que andando entre curas tarde o temprano tenía que salirle la vena bujarrona.
Aparte de que no estaba por la labor de poner mi culo en ofrenda en el altar de nuestro amor, semejante propuesta tuvo el efecto de romper el hechizo que me tenía atada a Sebas. Él daba por descontado que me iba a poner a cuatro patas nada más me lo pidiera, por lo que se quedó desconcertado ante mi sonora negativa acompañada de un coro de insultos que sacarían los colores hasta a la pescadera más deslenguada.
Ante la que le estaba cayendo intentó volverme a su redil, tranquilizarme diciendo que otras habían accedido sin tanto remilgo. Encima eso. Yo me sentía engañada por un tipo que fríamente había planeado sodomizarme desde el primer momento que me vio y que además esperaba que le diera las gracias. ¡No te puto pilles con un creyente! ¡Menudos son los católicos! Con la iglesia he topado y casi pierdo el culo. Allí mismo le mandé a que buscara refugio en el trasero de algún sacristán y se fuera olvidando del mío, que no iba a volver a ver en toda su puta vida. Por mi se podían ir él, su señor, su iglesia y toda la comunidad ecuménica a hacer puñetas. E hice votos de ir a buscar ya mismo a algún ateo, o cuando menos agnóstico, que follara como Dios manda. Y en lo sucesivo iba a sustituir mi trato con los hombres por un dildo y un loro. Con el dildo le doy gusto al cuerpo, y el loro me hace la misma compañía que un tío y tiene más conversación.