lunes, 3 de noviembre de 2025

Vino y vida


 

Uno de los síntomas claros de la decadencia de la civilización occidental es el imparable aumento de la ingesta de cerveza. El zumo de cebada, alfalfa y otras hierbas mal olientes fermentado en infernales alambiques es el trago preferido a la hora de optar por bebidas espiritosas. Como brebaje de baja estofa que es, necesita ser trasegado en grandes cantidades para poder captar alguna de sus supuestas cualidades. Su efecto más notorio es el apremio de sus consumidores a la hora de ir al retrete y aliviar su vejiga. Una reunión de colegas, un partido de furbol o cualquier acto social de medio pelo que se precie contará siempre con el suficiente suministro del tóxico para que la gente sociabilice mientras se anega. La industria cervecera ofrece una ingente variedad de marcas, tipos y variantes para tener amorrada a la botella a la población. Pero el mecanismo es siempre el mismo: bebes un líquido amarillo y al poco tiempo excretas otro líquido amarillo, sin grandes diferencias entre ellos.

Ni que decir tiene que los que nos decantamos por el vino jugamos en otra liga, donde prima la calidad y no la cantidad. El vino es una bebida reflexiva, su intenso sabor abre profundidades sensoriales desconocidas entre los que ingieren cerveza. La riqueza de los caldos es casi infinita. En oposición a la producción industrial de la cerveza, cual si fuera gasolina, en la del vino se combinan la variedad de la uva, el suelo y el clima para asombrar al paladar. Alrededor de la elaboración del vino creció nuestra civilización. Quizás los primeros poetas se tomaran una taza de vino antes de invocar a las musas. Todavía hoy se puede admirar la fantástica literatura creada por los catadores, que, tras dar un sorbo a un tintorro, se explayan en un artículo de tres mil palabras explicando los mil matices que experimentaron en semejante trance. En el caso de los catadores de cerveza, no van más allá de alguna flatulencia.

Como otras veces, la historia viene a darnos lecciones que bien valen para el presente. Un reciente estudio apunta que en el creciente fértil, cuna de nuestra cultura, entre el año 3000 y el 600 antes de la era común, se priorizó el cultivo de la viña sobre otros. Ejemplo palmario de la importancia que ya tenía el vino, bebida milagrosa que sanaba cuerpos y almas. Es verdad que los que vivían y bebían entre el Eufrates y el Tigris también le daban a la cerveza, pero nunca alcanzó el prestigio del zumo de la uva. En épocas de cambios climáticos, se destinó el escaso regadío existente a mantener las viñas antes que los olivos u otros cultivos, lo que da idea del prestigio cultural y social que tenía. Hoy solo lo beben cuatro esnobs y los borrachos carpetovetónicos, arrinconado por brebajes industriales.

 Pero Baco está pronto a volver y su reinado no tendrá fin. Escanciaremos cálices en su honor mientras divagamos sobres los misterios de la existencia, como siempre se ha hecho. Y al que no le guste el plan que se pase a la cerveza sin alcohol.

lunes, 13 de octubre de 2025

Cumpleaños total

Era una tarde de tantas en el apacible otoño mediterraneo. El sereno crepúsculo diluía el día en Javalí Viejo, una pedanía de la ciudad de Murcia. Nada hacía presagiar la terrible tragedia que se estaba preparando. Las familias se sentaban frente al televisor dispuestas a ser irradiadas, los más díscolos se dedicaban a entretenimientos más peregrinos. De pronto, sin previo aviso, comenzó a sonar por toda la pedanía Cumpleaños feliz de Parchís. La pegadiza melodía brotaba del sistema de megafonía del colegio sito en el término municipal. Más de uno dejaría escapar una sonrisa de complicidad al oír tan chiripitiflautica canción, melodía central de mil onomásticas infantiles. El tema soñó una vez. Y luego otra. Y otra vez. Cuanto más se reproducía más se torcían las iniciales sonrisas. De alguna manera, la megafonía del colegio había saltado a las once de la noche con la intención de amenizar toda la pedanía. Tanto viejos como jóvenes de jabalí Viejo comenzaron a rayarse ante la sobre exposición sonora. Les dieron las doce, la una y las dos, y los amigos de Parchís seguían erre que erre. La machacona rutina roía los nervios de la población, Javalí Viejo era salvajemente atacada. Alguno llamaría más que irritado a la SGAE pidiendo que los derechos de la maldita canción se entregaran a la Asociación de Enemigos del Parchís (ASENPA) de próxima creación. Otros reclamaron la intervención del ejército, solo la cabra de la legión podría salvarles. Alguno quizás prometió peregrinar a Graceland si paraba la tortura. Nada funcionó, Parchís seguía a volumen brutal. Javalí Viejo en estado de shock, la pedanía patas arriba.

Al final, la heroica intervención de los bomberos a las cuatro y media de la mañana puso fin al martirio. Asaltaron el colegio y destruyeron el bucle infernal. Todavía no está claro el origen de semejante barbarie. Podría ser la travesura de algún alumno. Podría ser algún error técnico. O quizás fueron hackers norcoreanos ensayando la nueva guerra híbrida. Por si acaso, oído al parche si viven cerca de centros escolares, no se repita el dantesco suceso con temas de Pablo Alborán o Pitingo, los daños podrían ser irreparables. Mientras tanto, en Javalí Viejo se lamen las heridas. Falta evaluar las secuelas psicológicas de la población expuesta a la serenata apocalíptica. Más de uno al oír de nuevo el temazo de Parchís puede perder el control de sus esfínteres. Tendrán que aprender a vivir con ello.


 

lunes, 29 de septiembre de 2025

Baches


 

Hoy nos vamos a enredar en la red viaria, telaraña de asfalto donde tantas veces quedamos atrapados gracias a esas singularidades llamadas baches. Con el paso del tiempo y de los vehículos el firme de las carreteras acaba flojeando. En ciertos puntos se resquebraja y da paso a una irregularidad que te puede hacer saltar por los aires si no estás atento. Todo normal, el desgaste por el uso, que todo lo aja. Lo anormal llega con la intervención de la administración a la hora de subsanar el exabrupto del asfalto. La cantidad de variables que confluyen en una actuación de este calado es abrumadora, y todas implican demora. Los fondos europeos de cohesión que no llegan, el pliego de condiciones con una errata en la página tres, la operación de juanetes del secretario municipal, la pérdida de aceite de la apisonadora; todas son causas de retrasos irremediables. Existen baches donde se atoraron los cañones de Napoleón, otros vieron los bajos de Isabel II, y siguen en activo. La maquinaria administrativa es tan lenta que cuando llegan las máquinas al kilómetro correspondiente, lo que era carretera más parece campo de minas. Hay agujeros donde se han desarrollado complejos ecosistemas evolucionados a partir de bacterias que se alimentan de alquitrán. En otros se sospecha que se ha empadronado la chica de la curva.

Pero siempre hay gente que sabe estimular a la administración. El malagueño Rick Navarro pintó un pene sobre un socavón que llevaba en una calle desde 1989 nada menos. Los municipales le pillaron in fraganti pintando una gran polla roja en el histórico bache y amenazaron con multarle. Pero al día siguiente el agujero había desaparecido. Parece ser que la estrategia viene de Inglaterra, y por aquí ya se ha utilizado en distintos lugares con buenos resultados. Es enterarse de que hay una polla pintada y el ministerio de infraestructuras entra en pánico, el consejero de fomento toca a rebato, y el concejal de obras pone en pie de guerra a los peones camineros. Se incoa expediente de extrema urgencia, se movilizan fondos, ya sea quitándoselos a la Peña Filatélica Municipal si fuera necesario, y se ejecuta la intervención aunque sea el día del santo patrón. Una polla bien lo merece.

Otra variante que también funciona en ciertos ayuntamientos es la de pintar banderas palestinas sobre los baches. Gracias a la diligencia de algunos de nuestros líderes, la sangre de los inocentes sirve para arreglar las carreteras.