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lunes, 17 de febrero de 2014

Amores tardíos



La gerontocracia comunista siempre ha tenido un indudable sex appeal. Cómo permanecer indiferente ante hombres tan cuajados como el camarada Leonidas Breznev y sus cejas, más impenetrables que el telón de acero, o el magnetismo fálico que destilaba Yuri Andropov desde la cúspide de la nomenclatura. Macerados en los laberintos de la burocracia, los viejos dirigentes encandilaban con la experiencia acumulada en tantos quinquenios al servicio del pueblo. Por ello, no es de extrañar que muchas mujeres se sintieran  atraídas por tan fuertes personalidades.
El problema es que la debacle del socialismo real hizo que el número de carcamales de politburó descendiera alarmantemente, y con ello las posibilidades de las gerontófilas. Pero todavía queda algún espécimen suelto, como el general Jaruzelski, último gobernante comunista de Polonia, que a sus noventa y dos años le ha dado por hacer el amor, y de paso darle guerra a su mujer.
Más que del otoño del patriarca estamos hablando del invierno del jerarca. El provecto militar, que lleva varios años en la cama, se ha liado con su enfermera, una chavala de cincuenta. Bárbara, la mujer de Jaruzelski, sorprendió al infiel mientras la cuidadora tenía la cabeza bajo las mantas de la cama, en maniobras que no figuran en ningún manual de enfermería. Además la acusa de haberle sorbido el seso a su Jaru, hasta tal punto  que el antiguo integrante del comité central habría cedido parte de su pensión a su querindonga. Y es que la jovenzuela juega fuerte, que en el amor y en la guerra todo vale. Se ha ganado al antiguo general a base de regalarle golosinas e ir con tacones altos. Jaruzelski se defiende diciendo que todo son imaginaciones de su mujer, pero Bárbara está dispuesta a pedir el divorcio si la entrometida no se va por donde ha venido.
El que tuvo retuvo, y aunque no mantuvo la poltrona roja sí se quedó con la erótica que solo da el poder. La mojigata sociedad polaca anda en vilo por saber el final del culebrón. Antaño era el sindicato Solidaridad el que abría los titulares de prensa para quebradero de cabeza del régimen. Hoy son los asuntos de alcoba de Jaruzelski los que tienen en un sinvivir a la beata Polonia. Nosotros confiamos en la intercesión de San Juan Pablo II, que sabemos que ahí arriba tiene mucha mano y no dejará que su patria chica vuelva a caer en las garras del ateísmo y la depravación.

11 comentarios:

  1. Un viejerillo con alta temperatura, está haciendo buen uso del capitalismo polaco con escándalos sexuales y todo lo demás mientras los problemas importantes de la sociedad pasan sin ser percibidos por la mass media.
    Abrazos!!!

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  2. Si ya lo decían los curas preconciliares que alegraron nuestra infancia: comunismo y depravación es la misma cosa. No me extraña que la católica Polonia esté aterrada.

    Lo que sí me gustaría saber es cómo llaman entonces a los toqueteos y babosadas que ejercieron muchos de esos curas con sus cándidos y amados niños...

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  3. Prefiero a Jaruzelski que a toda esa camada de políticos ultracatólicos polacos que deben hacer el amor bajo el retrato de ese gran farsante llamado Karol Wojtyla y que le piden permiso a su confesor antes de hacer el amor.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Y digo yo: ¿todavía quedan de estos?

    Saludos.

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  6. @ Aristos:
    para eso vale el cotilleo, para desviar la atención de la gente de los verdaderos problemas.

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  7. @ Rick:
    serán licencias carnales,castos juegos, fruslerías sin importancia, porque solo los satánicos izquierdosos son capaces de regodearse en el pecado.

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  8. @ Dr Krapp:
    por eso me parece delicioso que a la vuelta de los años el último comunista venga a escandalizar a los meapilas polácos

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  9. @ Rafa
    quedan, y muy activos, como puedes ver.

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  10. Vaya tela!!

    No me he enterado de esta aventura de Jaruzelski, pero vamos que acapare titulares tiene narices. Como si no hubiera problemas de qué preocuparse (pero mejor no hablemos que aquí también cuecen habas).

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  11. @ U-topia
    Muchas habas aquí, que a cotillas no nos gana nadie.

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