lunes, 15 de octubre de 2018

El sindiós de la virgen remendada y otros sabrosos sucesos (II)

virgen remendada

—Yo ni quito ni pongo virgo, pero ayudo a mi señora —se despachó airada Fuenseca. Luego se lo pensó mejor y dijo en tono más templado. —Piense su merced que muchas doncellas hay que han tenido un mal paso o algún galán con buena planta y no han podido resistir la tentación, que la carne es débil, y la joven más. Si por una nimiedad como esa van a perder un buen partido, yo les puedo hacer un apaño y aquí paz y después gloria, que bien está lo que bien acaba.

—Mal está lo que mal acaba, rata sarnosa, que habría que atarte una rueda de molino al gaznate y tirarte del campanario. Hace unos días fueron las bodas, y empeceme a amoscar de la mucha guasa que se llevaban los invitados, que hasta los monaguillos se reían al verme pasar del brazo de Marica. A ella muy feliz se la veía, como si no creyera de haber casado. Su padre mandó asar capones para medio pueblo, por ver si les cerraba la boca y no supiera por donde había pacido Marica antes de venir a mi huerto.

—Y todo hubiera sido conforme si este botarate hubiera cumplido como un hombre —dijo Fuenseca. —Mira que le ofrecí los servicios de mi sobrina para que no hiciera el panoli en la noche de bodas, pero como es un rácano y un cazurro no quiso gastar ni un chavo en aprender las artes que convienen en la cama, que deberían llamarle Pablo Apandador, porque no suelta nada que caiga en sus garras. Y luego pasa lo que pasa, que no saben ni meterla ni sacarla, San Duodeno nos proteja de semejantes patanes.

—¡Calla, tragacantos! Después de sacarle los cuartos zurciendo a Marica querías sangrarme a mí. El caso fue que, llegada la noche, nos fuimos a la cama a consumar el casamiento. Que yo no hubiera conocido mujer hasta la fecha no quita para que no barruntara lo que debía hacer, que uno ha visto a muchos perros a cuatro patas, con perdón —dijo mirando a Pedro — y las personas hacemos lo mismo, pero a dos. Cuando metí mi verga por donde mandan los cánones, mientras la falsa de Marica hacía aspavientos y decía que la llevaba a la gloria, al paraíso y no sé dónde más, pronto sentí que aquel conducto no era natural, que por mucho que pugnaba no conseguía fincar del todo. Dale, esposo mío, hasta el fondo, decía la ladina, pero aquello parecía saco con doble fondo. La pendeja cerró sus piernas sobre mí cintura y con premura me pedía que rompiera el velo de su inocencia, pero a mí aquello se me antojaba una tapia. Cuanto más forcejeaba más dolorida sentía la verga, y empecé a entrever que lo de morir en los brazos de una mujer pudiera ser verdad. Estaba yo purgando de supuesto amor cuando bajo nuestra ventana se pusieron a cantar los de la Cofradía del Santo Garito una copla que decía ‘pobre de nos, pobre de nos, que se acabaron las fiestas que Marica dábanos’, lo cual no ayudó a nuestro ayuntamiento, sino lo contrario. Había oído que yacer con hembra era tocar el cielo con la yema de los dedos, pero llagado estaba por completo, con el cipote en carne viva, por lo que decidí sacarla de aquel coño que me estaba devorando. No te salgas, esposo mío, que me muero, decía la malnacida, pero yo salime por no morir. Cuando la saqué empezó a salir de su entrepierna no sé qué cosa ensangrentada que de primeras pensé que se le iba la vida por yo mucho fincar. Luego entendí que eran unas telas metidas allí y que esas eran las que me habían jodido. Allí mismo la agarré por el gaznate y no aflojé hasta que confesó todo. Que era más puta que las gallinas, que había folgado con medio pueblo, y que su padre había pensado en mí porque miraría más a la dote que a sus dotes. Y me refirió como habían llamado a estas dos sabandijas para que le remendaran el virgo, pero en vez de eso se lo tapiaron. Que yo me casé con ella pensando que era doncella, pero tenía más amantes que ovejas su padre. Y estas meapilas ayudaron a mi perdición. Así que, caballero, vea cuánta razón tengo en quererles arrancar todos los pelos para hacerme una peluca y que no se vean los cuernos con los que mi esposa me honra.

4 comentarios:

Doctor Krapp dijo...

No sé, no tengo claro que este zurcimiento de virgos celestinesco con su aquel de aquelarre erótico pasase los rigores de la censura eclesiástica o de la Santa Inquisición en aquellos duros tiempos renacentistas pero aquí estás tú para reivindicar la sante y lozana golfería picaresca.

Rick dijo...

Esto es lo que pasa por no haber estudiado formación sexual en preescolar. Claro que ahora, con Internet, tal vez tengamos el problema al revés: ahora hay chavales muy jóvenes que se pasan de enterados y les da igual ocho que ochenta. No sé si me explico...

Chafardero dijo...

Claro que colaría con la escusa de que es para escarmiento de pecadores y aviso de decentes. Y a seguir pecando

Chafardero dijo...

Sí, ahora sobra información, antes faltaba, pero seguimos sin saber meterla ni sacarla, que el asunto de la jodienda no tiene enmienda.