domingo, 29 de abril de 2018

Orgasmo pinball

 orgasmo  bola extra
anarcoma nazario

El mundo de los juegos ha evolucionado mucho. Solo cuatro nostálgicos se pasan las horas muertas comprando hoteles en el Monopoly o comiendo una y contando veinte en el parchís. Los billares ya no congregan a lo peor de cada casa, los futbolines no reúnen a los chulo piscinas con su tiquitaca arrabalero. Se han pasado todos a los videojuegos para ponerse al volante de una bestia parda de dos mil caballos e ir a tumba abierta por la interestatal incendiando el asfalto. También los hay que van a pie, se embuten en una armadura de marine psicópata y limpian de charlis hasta la última alcantarilla.  Pero nada de eso se puede comparar a una buena partida de petacos, sobre todo si entre carambola y carambola te van torpedeando por la popa, como en la viñeta que ilustra esta sesuda reflexión. El gran Nazario fue un adelantado a su tiempo, el primero en trabajar el concepto de realidad aumentada, que buenos eran los cipotes que salían en Anarcoma, heroica travesti capaz de pasarse por la piedra un tercio entero de la legión antes de desayunar. Y después de comer un buen orgasmo agarrada a la máquina de petacos, nada mejor que correrse en plena bola extra mientras le das la vuelta al marcador.

lunes, 9 de abril de 2018

Series en serie

permanezcan atentos a sus televisores


Vivimos en un mundo con prisas, con el tiempo tasado: ocho horas de sueño, ocho trabajando y ocho viendo series. Este formato televisivo que antes gozaba del mismo prestigio que la carta de ajuste lleva unos años campando por sus respetos hasta el punto de que raro es el día que no estrenan nuevo culebrón de tropecientos episodios. Ya no eres guay si no sigues al menos docena y media de estos engendros catódicos, que gracias a las nuevas plataformas puedes consumir en cómodas dosis hasta enloquecer. Cada mes nos informan de las cuarenta series recién paridas que no puedes dejar de ver, que se suman a las que ya venías arrastrando. Antes para dártelas de rarito y enterado presumías de algún oscuro grupo de nu metal de Baltimore o aquel grupo indie tan cuco de Villarobledo. Ahora toca mirar por encima del hombro al desgraciado que no conoce el nombre del prota de esa serie neozelandesa sobre babosas zombis con problemas de autoestima, o no sigue la carrera del director de la serie britis de culto en la que unos skates anarquistas luchan contra los expendedores de snacks adulterados. Por supuesto, si se te ocurre confesar que sigues Aquí no hay quien viva o cualquier otro bodriete patrio serás expulsado a las tinieblas exteriores.
El caso es que hay teleadictos tan enganchados que no dan abasto a visionar toda la sarta de series, hasta el punto en que empiezan a reportarse casos de gente que ve los episodios a una velocidad de 1,5x y 2x. Sí, al doble de velocidad, que tragarse siete temporadas y setenta horas de urgencias hospitalarias aderezadas con gilipollas con problemas de socialización, o de ciberpolis resolviendo casos a golpe de tecla mientras superan traumas de instituto requiere un tiempo del que no se dispone, de ahí que aceleren el reproductor, se salten los tiempos muertos, subtramas y arcos argumentales que solo están de relleno. Lo importante es decir que la has visto antes que nadie, a poder ser en versión original, soltar alguna parida sobre el uso de la elipsis en el episodio piloto, o criticar el diseño de vestuario de la tercera temporada.
Nosotros estamos con los clásicos, lo bueno si breve dos veces bueno, y no cuentes en cinco temporadas lo que puedes contar en cinco capítulos. Pero hay que sacar los cuartos a la peña, marear la perdiz y vender el mismo pescado diez veces. Normal que la gente acelere para acabar antes. Una lástima que esa opción no estuviera disponible cuando emitieron Marco, que así hubiera encontrado a su madre en la mitad de tiempo y nos hubiéramos ahorrado muchos disgustos.