jueves, 7 de diciembre de 2017

¡Al abordaje!

timón del sur novela de Pérez Chaf

Aquí tienen en primicia el primer capítulo del Timón del Sur



Una gran explosión rompió el silencio de la noche. Maider abrió los ojos en la oscuridad y enseguida se dio cuenta de que no estaba en la casa de sus abuelos, sino acostada sobre una especie de hamaca en una sala grande de techumbre baja donde flotaba un extraño olor a humedad.  Se oía mucha gente, todo eran gritos de sorpresa, ruidos de disparos y explosiones. Intentó bajarse de la cama, pero como era un petate atado entre dos vigas, se giró y cayó de bruces al suelo. Justo entonces le pasaron por encima, pisándola sin compasión, varias mujeres que gritaban histéricas: ¡piratas, piratas! De todas partes llegaba un rumor de sables batiendo, estrépito de pistolas escupiendo plomo, hachas cercenando miembros, garfios clavándose y olor a pólvora. Un ruido ensordecedor se llevó por los aires una de las paredes de madera. Todo se llenó de confusión y dolor, de humo y astillas. Desde el suelo Maider pudo ver cómo la violencia de la deflagración había barrido de la habitación a varias personas.  El resto, en su mayor parte mujeres y algún niño, se apretujaban al otro extremo de la sala, lo más lejos posible del enorme boquete que había abierto el cañonazo.
¿Qué diablos sucedía? ¿Dónde se encontraba? Maider estaba asustada y no sabía qué hacer. ¿Era aquello un sueño y no se había despertado? ¿Era una broma? En medio del tumulto que venía del exterior se elevaba, por encima de las demás, una voz de trueno.
– ¡Quemadlo todo! ¡Asoladlo todo! ¡Que no quede nada en pie!
Entre hamacas vacías y revueltas llegó gateando a una esquina de la habitación. El piso se balanceaba y seguía el griterío.   Las mujeres, sorprendidas en su sueño, llevaban extraños camisones, largas faldas, corpiños y otras prendas que Maider sólo había visto en las películas de época. Hicieron piña frente a la puerta que desde fuera querían tirar abajo.
– ¡Destruidlo todo! ¡Derribadlo todo!  ¡Que no quede nadie! – Volvió a oírse aquel vozarrón que restallaba en los oídos como un látigo.  Las mujeres atrancaron la puerta apuntalándola con una viga de madera, mientras llovían golpes secos y terribles. Tras varias acometidas el metal de un hacha atravesó la puerta. Maider, desde su rincón, veía pasmada la escena como si se tratara de una alucinación.
Entre crujidos e infernales juramentos la puerta cedió e irrumpieron en la habitación siete tipos mal encarados, mal vestidos y con peores intenciones.   Iban armados de sables y pistolas de mecha. Entraron repartiendo mandobles a diestro y siniestro, sedientos de sangre, pero después de comprobar que sólo había mujeres en la estancia, y que éstas no estaban por la labor de hacerles frente, se calmaron un poco. Dejaron a dos de los más patibularios de vigilancia en la puerta y el resto se fue por donde había venido. De pronto, de no se sabe dónde, un hombre de casaca y pantalón rojo, medias blancas y peluca torcida se abalanzó sobre uno de los piratas que custodiaba la puerta, el cual no tuvo mucho problema en contener la embestida con su sable.  Los aceros se cruzaron broncos y embarullados hasta que brilló un puñal que se clavó a traición entre las costillas del soldado, que rodó por el suelo entre las risas y maldiciones de sus verdugos. El pobre hombre fue a parar cerca de donde Maider contemplaba atónita la escena, repitiendo como un mantra la frase “esto no es verdad, esto no es verdad”. Ahora miraba de frente a los ojos en blanco de aquel soldado, y veía como de su costado manaba un pequeño arrollo de sangre, que lentamente se acercaba llevándose el último aliento de aquel desgraciado. A un calvo que bajaba por la escalerilla de madera, huyendo de la cubierta superior le dieron matarile sin compasión.  Las prisioneras se apretujaban contra las paredes conscientes de su vulnerabilidad. Gemían implorando piedad y el apoyo de varios santos.
– ¡Callad ya, cotorras, si no queréis acabar como estos, más tiesos que el palo de mesana! –rugió un pirata mientras limpiaba la sangre de su puñal– ¡Callad de una maldita vez!
– ¿Pero qué va a ser de nosotras? ¿Qué vais a hacernos? –preguntó entre lágrimas una ancianita con moño chato y dos feas verrugas en el moflete.
– ¡No tenéis de qué preocuparos! – rio el verdugo– ahora sois prisioneras del más grande pirata de las islas orientales, el despiadado capitán Máximo Múltiplo.
Gritos, sollozos y súplicas resonaron en aquel dormitorio del entrepuente al oír el nombre funesto. Habían caído en las sucias garras del más bárbaro pirata de los once mares. Una mujer arrebujó a su niña entre las piernas y le mordisqueó la oreja con una sonrisa para intentar calmarla. A su lado, otra lloraba su suerte en silencio.
En todas partes, de las bodegas a la cubierta, los tripulantes ofrecían resistencia a los piratas, pero su desorganizada lucha estaba condenada al fracaso. Los bandidos del mar habían actuado al amparo de la noche para asaltar el paquebote de manera sorpresiva, no había salvación posible para la tripulación. Maider seguía escondida, olvidada de todos, aturdida y hecha un ovillo en un rincón, en medio de toda esa locura.
Poco a poco las cautivas del dormitorio del entrepuente fueron calmándose y resignándose a su suerte. Comenzaron a cruzarse conversaciones sigilosas en las que se establecían alianzas para poder sobrellevar la nueva situación. Nadie pensaba al embarcar en el imponente Albatros caer en las manos del sanguinario Múltiplo y  acabar vendidas como esclavas.
El combate había llegado a su fin. La voz correosa rugía órdenes a sus secuaces para que empezaran a cargar el botín en su nave abarloada a estribor. A punta de sable y a culatazos fueron sacadas a cubierta las desvalidas pasajeras, mientras que los heridos eran tirados por la borda para festín de los tiburones. Las voces de los pobres desgraciados pidiendo piedad llegaban nítidas hasta Maider, totalmente superada por los acontecimientos. Quería creer que estaba en la butaca de un cine, y que de un momento a otro acabaría la película y se encenderían las luces. Pero el reguero de sangre del soldado de la casaca roja le decía que aquello era demasiado real. Se había salvado de la zarpa de los piratas, pero bajo la mugrienta capa que la ocultaba estaba atenazada por el pánico.
Armados hasta los dientes, las ropas hechas jirones y salpicados de sangre, los piratas reunieron a los prisioneros sobre cubierta. Allí empezaron a cachearles, quitándoles cualquier cosa de valor, después los sometieron a la custodia de los cuatro chacales de la guardia pretoriana del capitán, que sembraban el terror hasta entre los propios piratas.
  Un bandido con joroba y una musgosa pata de palo dio un último repaso a la sala mirando entre los petates revueltos, buscando sin duda algún objeto perdido que rapiñar. Maider mantuvo la respiración mientras su corazón latía con fuerza. El lobo de mar encontró un broche de oro envuelto en un hatillo, y siguió revolviéndolo todo, resoplando como un jabalí.  De dos sablazos rompió un pequeño cofre del que, para su contrariedad, sólo salieron papeles. De otro petate se llevó un brazalete de mala muerte.
– ¡Qué banda de miserables, atajo de pobretones! –murmuraba el cojo cabreado. Con la punta del sable levantó un poco la capa tras la que estaba Maider, que ni pestañeó y se acurrucó más si cabe. La penumbra del lugar la protegió, y el pirata dejó caer la punta de la capa sin haberla visto. Ante la mirada aterrada de Maider, se coló por un hueco de la revuelta tela un espeso hilillo de sangre que mojó con repugnante tibieza su rodilla. El pirata continuó removiendo a sablazos los trapos que llenaban el suelo hasta que dio con una bolsa de cuero. Rio entre dientes sopesándola en una mano. Mientras calculaba cuántos doblones podía contener la bolsa, fue retrocediendo poco a poco en dirección a la esquina donde la pobre Maider pensaba que ya había pasado el peligro. Pero en su retroceso, el cojo fue a poner su pata de palo sobre el tobillo de la chica, que al principio aguantó el dolor, pero después no pudo reprimir un grito.
El hombre se dio la vuelta asustado y de un manotazo levantó la capa encontrándose a Maider hecha una pelota y frotándose el tobillo dolorido.
– ¡Querías esconderte! ¿quién eres tú, renacuajo? -preguntó el jorobado mientras acercaba la punta del sable a la altura de su nariz.
– ¡Yo sólo quiero irme con mis abuelos, váyase y déjeme en paz! –gruñó Maider hipnotizada por la espada que la amenazaba.
– ¡Con tus abuelos! Claro, claro– rio el pirata de buena gana. – ¡Aquí estamos para cumplir tus deseos, renacuaja! – y añadió entre dientes: – Vas a tener suerte. Pronto te vas a reunir con ellos, ¡en el caso de que estén con los tiburones! –mientras maldecía la agarró por el pelo y la puso de pie. Se acercó para verla mejor, y a la recién capturada le golpeó una peste a cebolla podrida y regurgitada en la negra boca del pirata.  Maider pensó que ni en la más horrible de sus pesadillas podría haber imaginado semejante tufo.



8 comentarios:

Doctor Krapp dijo...

Texto magnífico como una vieja historia de piratas a lo Stevenson. Esperemos que todo sea un sueño o algo relacionado con la realidad virtual por si acaso.
Saludos

Máxima Multiple dijo...

Tanta mujer y ninguna Pirtilla?

Rick dijo...

Temible caida en una dimensión inesperada, o eso piensa la protagonista. Este salto de dimensiones no lo trabaja Reverte, por ejemplo. Y como siempre, algún retazo de humor aquí y allá: ese Máximo Múltiplo, que por otra parte suena a emperador romano...

Chafardero dijo...


A Doctor Krapp:
muchas gracias por el piropo. Todo es más que un sueño, por desagracia para Maider y para suerte de los lectores.

Chafardero dijo...

A Máxima Múltiple:
Los hombres desfilan tras las mujeres, para variar.

Chafardero dijo...

A Rick:
Desde luego, a Máximo le quitamos el parche y le ponemos una toga y te quema Roma en un periquete.

U-topia dijo...

Un sueño lleno de realidad que Maider sufre incluso exhalando ese tufo a cebolla podrida del malvado pirata...

Mira que me gusta la bandera pirata, una tentación irresistible para mi la de poner una bandera pirata en mi balcón ante tanto balcón abanderado. Pero me enteré de que los piratas de hoy han formado partido político... así que la bandera se queda a buen recaudo de momento.

Chafardero dijo...

@ U-Topia:

bueno, los piratas de la literatura poco tienen que ver con los de la realidad, que para nada me interesan.