lunes, 30 de julio de 2012

La fe esférica (12-12)


Tres días con sus tres noches duró la locura. En todo el mundo los muertos se contaban por miles y los heridos rebosaban los hospitales. Hasta que extenuados de tanto dar patadas no caían desmayados, no paraban los afectados de driblar a todo el que se ponía por delante e intentar meter goles. Javier salvó la vida parapetado en el banquillo, pero no así trece de sus chicos que vieron como el día más importante de sus carreras era también el último. Matías murió intentando rescatar el Santo Grial. De Zacarías nunca más se supo, engullido por la forofa marabunta. Edgardo apareció en la habitación de su hotel, donde se refugió para cortarse las venas en la bañera. El final catastrófico de su plan y la pérdida de la fuente de poder de la orden le habían convencido de que no era digno de seguir viviendo. El resto de componentes de la orden se desvanecieron ante el temor de que las autoridades los pusieran a la sombra, pues ya sus pesquisas apuntaban en esa dirección.
Tengo que seguir haciéndome el loco hasta que los de la poli me dejen en paz. De todo el equipo y la directiva, solo yo y dos jugadores hemos salvado el pellejo. Creen que somos los culpables de la locura desatada, pero yo hago que no me acuerdo de nada, que solo entrenaba y nada más. Ahora es cuando ha recaído sobre mí la gran responsabilidad de volver a alzar los muros de nuestra antiquísima orden. Cuando estaba semi sepultado entre las ruinas del estadio olímpico el ángel del Sumo Seleccionador se me apareció y me dijo: “No temas Javier, que has hallado gracia a los ojos del divino Seleccionador y desde hoy las generaciones venideras loarán tu nombre. Grande es la misión que te encomendamos pero sabemos que serás capaz de llevarla a cabo. Pronto habrás de recrear en la tierra el Maracaná celeste, espejo en el que todos los hombres verán la grandeza del Supremo Seleccionador” Mientras ese día llega, dedicaré todas las potencialidades de mi alma a reverdecer los laureles de la verdadera fe esférica y a que la humanidad no aparte los ojos del terreno de juego, único lugar donde se puede mirar para encontrarle un sentido a la vida.

lunes, 23 de julio de 2012

La fe esférica (11-0)

priorato balon dorado pribado

Pero algo inesperado ocurría. Cuando otras veces se había utilizado el Sacro Silbo para domeñar voluntades, las víctimas habían quedado abotargadas, esperando recibir órdenes de sus nuevos amos. En cambio, ahora, toda la gente del estadio estaba inquieta, no paraban de ir de un lado a otro. Supuso Edgardo que, al reproducir el sonido taumatúrgico por medios electrónicos, variaría algo el efecto producido. Aún así, al quitarse los tapones y ver al presidente de la república italiana riñendo con el presidente del gobierno español por una bola de papel caída entre las butacas le extrañó un poco. Enseguida observó que la gente había invadido el campo, no para felicitar a los jugadores, sino para quitarles el balón y jugar ellos. Se montó un gigantesco partido entre cientos de aficionados persiguiendo la pelota del partido  y otras que encontraron en las inmediaciones, además de las que se improvisaron con bolsas de plástico, periódicos, ropa liada,  o cualquier cosa que pudiera ser utilizada como pelota: zapatos, móviles, bolsos, sombreros o bocadillos. Todos querían jugar al fútbol, fuera en el campo o en la más alta grada, y el que tuviera entre sus pies algo que valiera de balón tenía rápidamente un adversario presto a disputárselo a cara de perro. Se inició un caótico partido de todos contra todos como en los patios de colegio. Volaban patadas y balonazos a diestro y siniestro. Entradas por detrás, plantillazos, obstrucciones, zancadillas cuando no palo y tente tieso, todo valía en la nueva era recién inaugurada. Edgardo consiguió salir a duras penas del palco donde el premier inglés acababa de romperle la tibia al presidente de la comisión europea e ir en busca de Matías y Zacarías, que también miraban perplejos la batalla campal en que había acabado su plan. Para Zacarías estaba claro que la reproducción electrónica del silbido había alterado la sustancia del divino mensaje, de tal manera que lo que tenía que ser sumisión y entrega a los designios del Priorato era una histeria imposible de controlar. La masa enloquecida no atendía los llamamientos de los miembros de PRIBADO, solo pensaba en jugar al fútbol con ansia asesina. Matías había visto a mucha gente caída en la refriega, y los jugadores habían desaparecido entre las hordas que invadieron el terreno de juego. Las fuerzas de seguridad eran las peores, que hacían uso de su material para jugar con ventaja, oyéndose primero tiros aislados y luego ráfagas de metralleta. Todos corrían tras todo lo que pareciese un balón y arreaban leña sin compasión a todo el que osase disputárselo.
El triunvirato del Priorato, los únicos cuerdos en ese pandemónium, intentaron salir del campo, pero cuando estaban a punto de lograrlo una horda de gente procedente de la calle les pasó por encima dejándolos maltrechos. Una vez fuera comprobaron horrorizados que hombres y mujeres de toda laya jugaban a lo loco por las calles, dándole patadas a las papeleras, farolas, semáforos, portales, escaparates y todo lo que se ponía a tiro. A la puerta de una trattoria un viejo con sotana mareaba a una moza bien rolliza con un libro de Césare Pavese hasta que un hombre con la camiseta del Injerto le arreó una patada en la entrepierna y huyó con el supuesto esférico; un crío mordía a otro para robarle la bolsa de patatas fritas con la que pretendía hacerle un caño y en mitad de la avenida una dama con traje de noche no tenía reparos en arrearle los paraguazos que hicieran falta a un camionero para que dejara una lata de aceite a tiro de sus zapatos de tacón.
Todos los que habían oído el fatídico silbido solo vivían para jugar al fútbol de forma desenfrenada. Millones de personas en todo el mundo daban patadas a diestro y siniestro ante el pánico de los demás. Edgardo y sus secuaces intentaban salir del caos pero no hacían más que recibir por todas partes. “No es esto, no es esto” repetía machaconamente Edgardo, todo su pelo cayéndole sobre la cara, recibiendo codazos y coces sin sentirlas, los ojos fuera de las órbitas. En una de las acometidas de la chalada hinchada Matías cayó al suelo, con tan mala suerte que un fornido hooligan tomó su cabeza por un balón reglamentario y le arreó una patada digna de falta directa desde el borde del área. Totalmente fuera de juego, Matías siguió recibiendo cuan largo era patadas de los posesos que la tomaban con todo lo que fuera susceptible de rodar. Un centro chut que le arrancó parte de la chaqueta hizo volar por los aires el estuche en el que reposaba el Silbo Sagrado. Cuando éste caía, una vieja con la cara ensangrentada lo remató de cabeza, y al llegar al suelo seis orates saltaron a la vez a por él, presionándose unos a otros base de patadas en la boca. En medio de esa melé se perdió el rastro del Sagrado Silbo, aunque una tradición no oficial del Priorato dice que acabó en una alcantarilla, desde donde las aguas acabaron depositándolo en el seno de la Cloaca Máxima.

lunes, 16 de julio de 2012

La fe esférica (10-0)

pribado priorato balon dorado

A las ocho en punto de la tarde empezaron a mover la pelota el Liverpool y el Injerto. Ni un alfiler cogía en el campo y, a excepción de la hinchada inglesa, todos jaleaban al equipo negro y amarillo, que parecía que jugaba en casa. El palco estaba  cuajado de las más altas estancias del país anfitrión y de los contendientes, además de otros tantos que no querían perderse el partido del siglo. Los cuatro seguidores de toda la vida del Injerto  hoy se sentían impelidos por miles de gargantas. Edgardo celebró una sesión especial en el vestuario en la que conjuró a todo el equipo y les galvanizó con el chiflido con el que les infundía antes de cada partido la determinación de ganar o ganar. Hoy llegaremos a la gloria reservada a unos pocos como vosotros dijo para terminar su homilía.
El partido fue una batalla campal entre el poderío técnico y físico de los ingleses y la tenacidad y correosidad de los meseteños, que no dejaban respirar al contrario. Aunque tenían un portero algo cantamañanas, estaba bien custodiado por los carniceros de la defensa, mientras la delantera ponía en continuo brete a Chache, que sacaba manos que solo el Supremo Seleccionador le podía inspirar.
Edgardo, en el palco con las autoridades, a pesar de su aplomo habitual, mal disimulaba su angustia, sabedor de que toda la historia de la orden estaba en juego y que sus sesenta y ocho  predecesores le estarían contemplando desde la sagrada grada del paraíso en tan cruciales momentos. Matías y Zacarías, con la excusa de supervisar la retrasmisión, se habían instalado en el centro de control de televisión silbo en ristre, conteniendo la respiración cada vez que el Liverpool se acercaba al área contraria. Javier se desgañitaba a pie de campo dando instrucciones a sus jugadores, que a duras penas contenían las embestidas rivales.
Un triunfo se consideró llegar al descanso con la portería a cero. David estaba resistiendo a Goliat. El  resultado era incierto, lo que aumentó más si cabe la audiencia televisiva, junto con la que seguía la lucha de titanes por internet, radio, en pantallas gigantes en muchas ciudades, además de bares, tabernas, burdeles, sidrerías, cervecerías y restaurantes que estaban de bote en bote, todos mirando embobados la pantalla. Millones de personas en África y Asia haciendo suyo el sueño de unos chavales de pueblo, toda América latina y hasta en los USA se habían interesado por el soccer ese.
Pero, mientras tanto, comenzaba la segunda parte y el Injerto  no conseguía el gol que necesitaba para hacer saltar la chispa, a pesar de que en el descanso Edgardo había hecho un aparte con Chochete para juramentarse con él en la consecución del tanto fundamental.
Seguía el encuentro la misma tónica de ataque con todo de los ingleses y defensa a ultranza de los españoles, con algún tímido acercamiento a la portería rival. Mediada la segunda parte, se montó un barullo en el área pequeña a la salida de un córner, llegó el balón suelto a pies de Chochete quien conectó un derechazo con toda su alma que, tras rebotar en un contrario y luego en el poste, acabó tontamente en las redes.
El rugido fue como el que acompaña el de un movimiento sísmico de escala diez. La tensión y el deseo contenido tomaron cuerpo en un ruido que parecía surgido de las entrañas de la tierra, coreado por miles de personas a voz en cuello. Las gradas vibraron con un movimiento frenético, igual que los millones de personas que se congregaban frente a las pantallas de televisión. De entre toda esa explosión de alegría un sonido lento y suave apenas perceptible empezó a llegar a los oídos de todos los televidentes así como a los de los que estaban en el estadio olímpico. Matías desde el control central de retransmisión había soplado de esa forma con la que el Sagrado Silbo entregado hace veinte siglos por el arcángel San Gabriel a María para ayudar a su hijo, conseguía hacerse con la voluntad de todo el que alcanzaba a oírlo. Millones de personas excitadas deportivamente eran presa fácil para ese hipnótico sonido, que salía como sin querer por todos los altavoces de teles y radios del planeta. Gran parte de la población estaba a punto de caer bajo la bota del Priorato del Balón Dorado.
Edgardo, que se había colocado unos tapones nada más chutar Chochete a gol, veía culminada desde el palco la magna obra con la que la orden había soñado desde hace siglos, la unificación de toda la humanidad bajo el designio de la providencia circular, antigua y perfecta religión que haría a los hombres seres felices.

lunes, 9 de julio de 2012

La fe esférica (9-0)

el priorato del balon dorado

El día que iba a marcar un antes y un después en el devenir del género humano amaneció en Roma como tantos otros, que una ciudad que tantas fechas señeras ha visto pasar no iba a descomponer la figura por una más. Tres días llevaban el cuerpo técnico y los jugadores del Injerto concentrados en la ciudad de Rómulo y Remo velando armas para el encuentro más importante de su fulgurante carrera deportiva: la final de la liga de Campeones contra el Liverpool, escuadra de la Pérfida Albión que se presentaba como convidado de piedra ante el plan maestro del Priorato del Balón Dorado, que en el trascurso del choque se haría con el poder mundial.
Ese objetivo era meridiano  para Javier, de los pocos que estaban en el gran secreto, aunque no así el cómo se llevaría a cabo. La noche anterior se reunieron con él Edgardo, Matías y Zacarías. El Comendador General de la orden pasó a contarle que la fuente de poder del silbato otorgado por el Altísimo a su orden era la de hacerse con todas aquellas voluntades que estuvieran bajo el influjo de un espectáculo futbolístico. Todo el que contemplando un partido de fútbol oiga el divino silbido pasará a servir a cualquier miembro de la orden con solo enseñarle el dorado balón de su estandarte. Obedecerán ciegamente sus instrucciones sin reserva ninguna. De esta manera, los torpones jugadores del Sabañón se convirtieron en ases del balón, pues recibieron la orden de entregarse por completo a jugar. De esta manera el Priorato ha atravesado los siglos sin haber caído en las redes de sus múltiples enemigos. De esta manera iban a hacerse en la final con el poder mundial.
La afición de todo el continente y de medio orbe estaba de parte del más débil. Millones de personas iban a ver el partido. Edgardo recalcó que era vital para el plan que el equipo marcara un gol. Cuando todo el mundo exaltado celebrara el tanto, el señor Talón, colocado en la sala de control de retrasmisión, haría sonar el silbo por uno de los micrófonos ya preparados al efecto. El sonido llegaría por los altavoces a todo el Estadio Olímpico y por las ondas a los cuatro puntos cardinales. El estado de euforia por el tanto actuaría de catalizador para que el antiguo trino que enajenaba voluntades tuviera los efectos deseados y conseguir que millones de espectadores pasen ipso facto a formar parte de las huestes de la orden ejecutando sin rechistar su voluntad. Jefes de estado, políticos, artistas, empresarios, más innumerables seres anónimos pasarán a engrosar las filas de la fe esférica y la harán determinante en la política mundial. Ahora, gracias a los adelantos de la técnica, se puede mandar el divino sonido de sumisión por el orbe entero. Todo depende de que los chicos metan un gol para que el mundo esté a nuestra  merced, cerrar el Vaticano y la Meca y permitir solamente la peregrinación a San Mamés y a Maracaná, así como abrir campos de fútbol en los solares de las extintas iglesias.

lunes, 2 de julio de 2012

La fe esférica (8-0)

el priorato del balon dorado

Y para conseguir esto mis chicos y yo teníamos que alcanzar la final de la liga de campeones. Muchos pensaban que en Primera  los grandes nos iban a laminar, pero no contaron con que se enfrentaban a once fanáticos azuzados por mí y por el resto de la cofradía. Los jugadores no se dejaron llevar por la fama y el dinero. Rehusaron las jugosas ofertas económicas y dieron la espalda a todas las tiparracas que se los querían trajinar para luego chuparles la sangre. Siguieron con su régimen espartano. No concedían entrevistas, era yo el encargado de relacionarme con esos buitres de los periodistas deportivos que no comprendían que gente tan sencilla pudiera vivir del fútbol sin acabar corrompido por los oropeles de la falsa fama de la que ellos eran sus más claros portavoces. A pesar de nuestra mala relación con los medios tenían que tragar pues éramos adorados por toda la afición.
No ganamos la liga porque no quisimos. Nuestro objetivo era clasificarnos para la máxima competición europea y dejar el resto para los demás. Aún así, el impacto de ser el primer club europeo que desde tercera llegaba directamente a lo alto de la competición aumentó nuestra masa de adeptos y nos convirtió en un fenómeno continental.
En la siguiente temporada nuestra consigna fue centrarnos en la Champions. Jugábamos los partidos de liga por compromiso, con suplentes y a medio gas, reservando fuerzas para el gran objetivo. El plan divino de nuestro Gran Maestre pasaba por llegar a ese último partido, aunque todavía no sabía los detalles particulares del mismo. Varias veces a lo largo del campeonato pensé que no lo conseguiríamos, que era demasiado para unos pobres chicos de pueblo, pero entonces una mano divina venía a sacarnos del apuro. Estaba claro que éramos los nuevos apóstoles librando la batalla final contra el mal y la oscuridad, y no íbamos a parar hasta que el bien y la verdad triunfaran.