lunes, 28 de mayo de 2012

La fe esférica (3-0)

pribado priorato balon dorado


Dos semanas después se celebró el rito de iniciación de Javier. Después de dar vueltas durante horas con los ojos vendados por carreteras secundarias llegó a una amplia sala subterránea guiado por Zacarías. Las paredes estaban cubiertas por antiguos mosaicos que historiaban partidos de fútbol. En ellos se podía ver a Mercurio a la salida de un córner, a Jesucristo rematando de cabeza, a Zaratustra desmarcándose por la banda o a Mahoma en fuera de juego  entre otros. La sala, rectangular con dos porterías y las líneas del campo pintadas, estaba rodeada de balones de los que asomaban hachones que aportaban una iluminación trémula a la estancia. En una sala anexa el asustado entrenador fue preparado para el ceremonial por el servicial Zacarías. Una vez vestido con el uniforme oficial de la sociedad, camiseta negra y amarilla, calzón negro y medias amarillas, se le colocó una careta en forma de balón y se le puso a cuatro patas en el centro del campo mientras el resto de los cofrades, unos cincuenta, se ponían en corro alrededor del círculo central. Iban con la misma indumentaria que el aspirante pero con más ornamentos según fueran miembros recientes, suplentes, jugadores o entrenadores, el nivel último. Todos portaban una máscara dorada en forma de balón, pero hasta en la incómoda posición en que se hallaba Javier podía reconocer a varios jugadores e integrantes de la junta directiva,  junto a algunos de los tipos que solían merodear  por los entrenamientos, con Edgardo como maestro de ceremonias y Sumo Comendador del Priorato. Cada miembro llevaba a la espalda el grado simbólico al que pertenecía: los más bajos con títulos del estilo de Intendente del Césped o Caballero Hinchapelotas. Los intermedios, ocupado por cófrades que ya empezaban a participar en los arcanos de la orden, respondían a cargos tales como el Perfecto Elegido del Banderín de Córner, Príncipe de la Condomina o Gran Pontífice de la Tribuna Sur, dignidades que poseían nexos místicos con secretos que se perdían en la noche de los tiempos. Del grado veintiséis al treinta y tres estaban reservados a la casta de los entrenadores, caballería espiritual que velaba por la custodia de las últimas verdades, entregadas a los fundadores de PRIBADO en el siglo primero de nuestra era en Jerusalén. Eran, entre otros, el Gran Comendador de las Grandes Ligas, el Gran Elegido Burgomaestre del Fuera de Juego o el Guardián del Silbo Sagrado, y el jefe supremo de todo esto, Soberano Comendador Gran Entrenador General, Edgardo de Valdegodos en el siglo, depositario de la herencia hermética de los 68 entrenadores generales que le precedieron y custodio de la sagrada llama del deporte rey.
Él fue quien dio comienzo a la ceremonia de iniciación, ricamente ataviado con una elástica bordada en oro y azabache, pantalón corto de seda y medias con temas alegóricos, mientras Javier esperaba en incómoda posición pero pensando que mejor a cuatro patas que reventado boca arriba como el pobre de Tino. Por turno, cada uno de los miembros imprecaba al aspirante con frases como “¿Reniegas de los falsos deportes?”,  a lo que tenía que responder “Sí, reniego” y recibía un fuerte balonazo en el trasero. “¿Reniegas de las falsas camisetas?, ¿reniegas de los árbitros comprados?, ¿reniegas del maratón o del ciclismo?”, y pelotazo va pelotazo viene. Una vez dada la espalda a su vida anterior, ha de abrazar la nueva que se le ofrece. Bajo la fórmula “¿Acatas la divina gracia del Supremo entrenador?, ¿Acatas la sacrosanta autoridad de la sociedad del balón dorado?, ¿Acatas el soplo místico del santo grial?”. Acato, acato, balonazo, balonazo. El objeto de este ritual era el de sincronizar el movimiento del séptimo chacra o muladhara para que el potencial vital del aspirante se redireccionara hacia la verdad esférica, el divino poder inmanente al sacrificio que se produce en el campo de fútbol.
Acabada la ceremonia, y sin poder sentarse, fue efusivamente felicitado por sus nuevos camaradas. No sabía hacia donde giraba ahora su chacra pero la cabeza le daba vueltas en todas direcciones. Con un abrazo de oso, Chache y Chochete mostraron su alegría de tenerle entre ellos, don Jaime le silbó algo incomprensible al oído y el Gran Maestre se alegraba por su bautizo en la verdadera fe.
-En verdad le digo, cófrade suplente, que está llamado a ocupar los más altos rangos de nuestra mística alineación;  no en vano es usted el único que posee en el siglo la cédula de entrenador. Mientras que en el interior de nuestra orden la casta de los entrenadores es una alegoría perfecta tras la que se hallan los elementos últimos sobre los que descansa nuestro poder, usted tiene la llave para llevar a nuestro equipo hasta lo más alto de la liga de primera, desde donde enseñaremos al mundo cuál es el verdadero camino, cuál es la verdad y la vida.
-Muchas gracias, Comendador, pero no sé si merezco tantas atenciones, que no soy más que un modesto técnico. En los jugadores reside el mérito.
-Sí, pero solo en parte. Ahora que está bajo la égida del Soberano Seleccionador, Señor de todo lo creado, podrá conocer los ritos mediante los cuales nuestros jugadores se convierten en súper futbolistas, aunque le adelanto que el principal ingrediente es la fe, que si la verdadera es capaz de mover montañas, mucho más balones.

lunes, 21 de mayo de 2012

La fe esférica (2-0)

pribado priorato balon dorado


-Un juego, sólo un juego -respondió Javier a la pregunta de qué significaba para él el fútbol mientras bebía nervioso en la comida en la que pensaba presentarle su dimisión al presidente.
-Querido amigo, el fútbol es mucho más que eso, -respondió quedo Edgardo mientras colocaba meticulosamente la servilleta sobre sus rodillas- Es una metáfora de la realidad. Aún más, es la realidad misma. La luz y la sombra, el cielo y la tierra, el bien y el mal, todo está dominado por dualidades en continua pugna. De esta tensión entre polos que se repelen surge nuestro mundo. El fútbol es la representación humana de un secreto esencial. El hombre ha nacido para luchar, para tomar partido, enfrentarse a su contrario para en ese sublime rito hacerse uno con lo creado. En el fútbol se pugna por el balón, la esfera, el polígono perfecto, la figura de las infinitas aristas, representación del universo entero. Para los que sabemos leer correctamente este juego, se trata de la lucha por el dominio del universo. ¿No cree usted lo mismo, amigo Javier?
-Creo que está dando demasiada trascendencia a algo que no va más allá de un entretenimiento o de un negocio.
-¿Nunca se ha parado a pensar qué es lo que mueve a millones de personas de distintos ámbitos culturales y sociales a seguir este juego, como usted lo llama, de una manera tan apasionada? Cuando alguien contempla un partido, cuando alguien eufórico grita gol, se activa en su cerebro la misma zona que cuando tiene una experiencia sexual. El fútbol nos pone en contacto con nuestros deseos más íntimos y primarios, y esto es así porque desde tiempo inmemorial el hombre ha rendido tributo al balón, sumo tótem de todas las civilizaciones. Desde nuestros ancestros en las cavernas que jugaban con bolas de pieles, los egipcios, adoradores de Ra, el sol, el sumo balón dorado, hasta los romanos y griegos con sus vejigas infladas y su multitud de juegos. También los mayas y su sagrado juego de la pelota, el calccio medieval, o lo que podemos ver hoy en día ya despojado de todos sus ropajes místicos, en todas las épocas encontramos testimonios de estos ritos que para ojos no iniciados pasan por meros pasatiempos pero que en verdad le digo que han sido piedra de clave en la mayor parte de las culturas.
-¿Quiere decir que el juego de la pelota es una religión?  -preguntó Javier que ya se estaba dejando llevar por el discurso solemne de Valdegodos, que más que en la mesa de un restaurante parecía que estaba en un púlpito.
-Así es, mi apreciado entrenador. Aunque ya perdida su memoria en la noche de los tiempos, hubo una época en el que el juego de la pelota era una teogonía, el rito en el que los dioses daban forma a la creación, en el que enseñaban al hombre los preceptos sagrados, se aprendían las leyes que regían la comunidad, se afirmaba su personalidad y poder frente a los otros. La pelota es la representación perfecta de la vida, y el que conozca sus secretos tendrá la vida en sus manos. Y aunque hace ya mucho que el culto al balón divino ha sido borrado de la memoria de los hombres, todavía quedamos algunos que custodiamos sus sagrados misterios.
-Nunca fue mi fuerte la historia, pero lo que dice no me suena de nada.
-Normal, pues éste es un saber que solo ha sobrevivido en ciertos círculos muy restringidos. Dese cuenta de que estoy hablando de hace más de veinte siglos. Con la llegada del cristianismo y el resto de religiones modernas el antiguo culto al balón dorado fue perseguido y eliminado, purgando cualquier documento que vagamente pudiera mencionarlo. Habrá observado la insignia que llevamos los miembros de la junta directiva y algunos jugadores. El balón con la palabra PRIBADO. Ellas significan el Priorato del Balón Dorado, antiquísima orden encargada de custodiar el saber místico que se encierra tras el divino arte de jugar al futbol.
-¿Es una secta? ¿Un club privado?
-Por favor, no sea vulgar. Una secta es una reunión de lerdos engatusados por algún espabilado, o pantomimas seudofilosóficas como acostumbran los zoquetes de los masones. Nosotros estamos en la guardia y custodia de la única verdad mística que subyace tras el andamiaje del que se recubren todas las religiones pero cuyo sentido último nunca han poseído. Tenemos el poder de dominar a los hombres y que vuelvan a religarse con la matriz divina de la que surge toda vida. ¿Cómo cree si no que con una plantilla de aldeanos hemos ganado de calle toda la liga, y vamos a seguir ganando? Gracias a la secreta música de las esferas, descubierta por un tal Pitágoras, un centrocampista griego cuyos pases siempre tenían una geométrica precisión. Con el dominio de los arcanos de la esfera alimentamos nuestro equipo para que gane partidos y títulos, y además cambie la historia misma del mundo.
-¿Pero cómo se puede cambiar el mundo dando patadas a un balón?
-Eso no es todavía de su incumbencia, pero en verdad le digo que no fue casual su elección como entrenador, pues los miembros del Priorato preferimos un discreto segundo plano. En usted hemos depositado muchas esperanzas y hasta ahora no nos ha defraudado. Pero ha llegado la hora de comprometerse en serio con la causa, que conozca nuestra fe y sea uno de nosotros en busca del nuevo día que se avecina en el que los dioses de la antigüedad volverán a gobernar la tierra. Por eso es necesario que ingrese usted en nuestra orden, para que pueda cumplir su destino.
-Pero yo justamente estaba pensando en retirarme. La segunda división me viene grande y no estoy preparado.
-Está usted preparado de sobra. Sepa que a estas alturas le va a resultar muy difícil dejar la nave sin consecuencias. El señor Tino también dudó para entrar en nuestra cofradía…

lunes, 14 de mayo de 2012

La fe esférica (1-0)

pribado priorato balon dorado


Sí que había algo raro en ese club. A pesar de que Javier de entrenador solo tenía el carnet, veía cosas que no se daban en otros sitios. Bajo la excusa de apoyo sicológico, tanto Edgardo como sus acólitos celebraban largas reuniones con los chicos en el vestuario a las que le estaba prohibido asistir. Así mismo, antes de cada partido también se reunían con el fin de concienciarles, decía el presi con esa mirada inmóvil y su verbo lento, usted encárguese del aspecto técnico, yo haré que estas almas juveniles galvanicen todas sus potencialidades para que en el campo sean ayudados por nuestro señor en la sagrada misión que tienen encomendada: darlo todo y más por los colores del club. Javier se sentía cuestionado por los entremetimientos de Edgardo, que se agravaba por la falta de empatía con los jugadores. Pero el hecho incontestable es que estaban realizando una temporada perfecta, ganando todo y goleando a todo el que se pusiera por medio. Los chicos salían al campo como si llevaran semanas con hambre de balón, enchufados desde el minuto uno que parecía el último partido de su vida. Hasta su entrenador se sorprendía de la conjunción que había entre ellos, la decisión con la que atacaban, la rabia airada con la que defendían, cómo iban al choque sin importarles dejar la pierna o la cabeza en el encontronazo, la forma en que disputaban con uñas y dientes hasta el último balón. Este ímpetu era sin duda fruto de los sermones secretos que el presi impartía antes del partido, sumado a la vida monacal que llevaban y a su obsesión por el fútbol. Pero, además, el entrenador observaba cómo la pericia de sus jugadores iba en aumento. Si al principio no había más que dos o tres jugadores un poco finos, poco a poco hasta los más brutos y leñeros fueron puliéndose, acariciando el cuero en vez de cocearlo, tocando y tocando con más criterio. Y eso extrañaba demasiado a Javier, que alguna vez pegó la oreja a la puerta del vestuario en el trascurso de esas reuniones y solo captó un murmullo como de rezos que le dejó perplejo. Que estos tipos la van a liar parda Javier, que les tienen sorbido el seso a los chavales  y esto no va a acabar bien, ya verás, sentenciaba Tino con más razón de la que se imaginaba.
Javier temía que el equipo no pudiera mantener la misma intensidad de juego durante toda la temporada, pero acabaron más acelerados de lo que empezaron, cediendo sólo dos empates, algo nunca visto antes, como se vanagloriaba Edgardo que siempre andaba manejando encuestas de toda laya. Con este caudal humano vamos a llenar de buen juego todos los campos de todas las divisiones. El noble deporte del balón cuenta por fin con dignos ejecutantes que respetan el fondo sagrado que se halla tras cada enfrentamiento futbolístico. La entrega en la lid de nuestros chicos alumbra el nacimiento de una nueva era. Tales digresiones del presi sumían en la perplejidad a su entrenador que no comprendía esas chácharas megalómanas ni las llamadas a salvar el mundo y la civilización a base de patadas, pero reconocía que para convencer a los jugadores de que se dejaran la piel y casi el alma en el campo eran más que efectivas.
Un día al salir del entrenamiento vio como a Chache se le caía de la bolsa un pin. Cuando fue a recogerlo para devolvérselo se dio cuenta que era un balón dorado como los que llevaban los de la junta, pero en la parte inferior  se leía la leyenda “PRIBADO Perfecto Guardameta del Rito Rioplatense”. Javier se quedó extrañado, pero las preguntas sobre lo que significaba recibieron una nerviosa callada. Días después Seisdedos le confirmó que él también había encontrado de esas insignias cuando limpiaba las instalaciones con tonterías que no sé qué decían.
Los medios informativos regionales echaron mano del socorrido adjetivo de histórica para referirse a la campaña del Injerto, recién ascendido a Segunda B. Para la nueva división comenzaron las obras de mejora y ampliación del campo, que ya se abarrotaba todos los domingos con unos seguidores que tenían que pellizcarse las carnes por creer que estaban soñando. Todo esto coincidió con la extraña muerte de Tino. Apareció una mañana en el centro del campo, tirado boca arriba con la lengua fuera. La autopsia reveló que había recibido un fuerte impacto con un objeto esférico en el abdomen a consecuencia del cual sufrió una rotura de órganos internos y fuertes hemorragias. Parecía como si le hubieran propinado un balonazo a una velocidad descomunal, pues hasta en su piel se veían las costuras del cuero, pero no se encontró nada ni a nadie que viera u oyera algo, por lo que el caso pasó a engrosar la lista de misterios sin resolver. En el club, aparte de Javier, nadie pareció apenarse mucho por su pérdida, y hasta algún comentario como él se lo buscó o no se puede dar la espalda a la verdad lo pusieron en guardia. Saltaron todas las alarmas en mi interior. Jugadores fanatizados, reuniones semi clandestinas, extrañas lealtades, esa imparable ascensión hasta lo más alto de la tabla que hasta a mi mismo me costaba creer, y ahora la muerte de Tino en algo que parecía un macabro ajusticiamiento deportivo. A pesar del éxito tomé la decisión de dimitir antes de que fuera demasiado tarde.

lunes, 7 de mayo de 2012

La fe esférica (0-0)

pribado priorato balon dorado

Nunca imaginé que aquella tarde primaveral fuera a suponer semejante cambio en mi vida y en el destino del mundo. Allí estaba él a la salida de clase entre la chiquillería que iba disparada a jugar a la pelota en el parque. Desde el primer momento presentí que venía por mí. Vestido con traje oscuro, corbata amarilla y un balón dorado en la solapa, se presentó como Edgardo Valdegodos, presidente del Esqueje  F.C. Era más bien bajito pero fuerte, barba prieta y medio calvo, con todo  el pelo que le quedaba  peinado para el mismo lado para disimular, lo que le daba una extraña forma de casco. Era lento de palabra, como si al decirlas esperara a que calaran en su interlocutor, y al responder siempre dejaba pasar unos segundos, con lo que llevaba el tempo de la conversación, que manejaba a su antojo. Gastaba un traje que había estado de moda hace diez años pero pulcro y atildado. El ceño siempre alerta, los ojos oscuros siempre fijos, su total falta de sentido del humor,  junto con su morosidad en el habla y en los gestos,  le daban un aplomo del que se sabía muy consciente.
Dijo que estaba al tanto de mi condición de profesor de educación física y de mi carnet de entrenador de fútbol, y que una importante compañía de inversiones que él representaba había adquirido la totalidad de las acciones del equipo local y estaba muy interesado en mis servicios. Yo le agradecí el interés, pero le recordé que no tenía aún ninguna experiencia, a lo que respondió nosotros tenemos toda la experiencia necesaria, usted limítese a entrenar a los jugadores. Me dio su tarjeta y tiempo para pensármelo, se marchó sin más ceremonia y me dejó con la mosca detrás de la oreja.
Por lo poco que había oído, el Esqueje era un equipucho del tres al cuarto que no se sabía muy bien por qué ese año había ascendido a tercera división, pero eso no era razón para que ningún grupo inversor que no estuviera como una chota tirara su capital  de esta manera, a no ser que fueran mafiosos con ganas de blanquear sus dineros. Por otro lado, mi destino en este remoto pueblo del páramo castellano tenía pocos alicientes, y entre bregar con los ceporros de los alumnos por la mañana y jugar al póquer on line por la tarde tenía tiempo más que de sobra. Lejos de los pocos amigos que tenía, con mi chica que ya ni me cogía el teléfono, estaba en una de esas encrucijadas de la vida en la que podía tirar para cualquier lado. En fin, que nada se perdía en probar suerte.
Tres días después me presenté en las instalaciones del club, un campo con una caseta donde se centralizaban el vestuario, las oficinas y la sede social. Tras llamar, me abrió la puerta un individuo alto y silencioso seguido de la calva tapada de Edgardo, que me dio la bienvenida como dando por descontado que no iba a rechazar su oferta. Rápidamente me enseñó las espartanas instalaciones seguidos por la sombra de su acompañante, que, a pesar de su aire ausente me observaba como si estuviera calibrando mi alma. El presi empezó:
-Este es un proyecto muy ambicioso con el que esperamos llegar a lo más alto y dejar una huella imborrable  en los anales futbolísticos. Queremos demostrar que el trabajo y la dedicación, unidos a la fe, harán posible que un equipo humilde como el nuestro consiga todo lo que se proponga.
Me sorprendió su alusión a la fe. Comparó su proyecto con la conquista de América o la llegada a la luna, por lo que empecé a preocuparme por su equilibrio mental, sobre todo por su mirada alucinada que ya parecía ver lo que decía, pero rápidamente bajó de las alturas para ponerme al día de los jugadores, calendario, honorarios y demás, por lo que supuse que su ida de olla fue una forma rara de motivarme.
El día de mi primer entrenamiento oficial Edgardo me presentó uno por uno a todos los jugadores y empleados del club. El tipo alto y seco se llamaba Jaime del Talón, no sabría decir si era su secretario, su guardaespaldas o su edecán, pero pertenecía a la junta directiva y fiscalizaba hasta el último movimiento de la más triste brizna de hierba del campo. Raramente hablaba, y cuando lo hacía emitía una extraña voz de pito que erizaba la piel. Los jugadores le tenían mucho respeto, él apenas confraternizaba con ellos y se limitaba a ver los entrenamientos desde el banquillo. Zacarías Zaramillo era el otro representante de la junta directiva, vestido como sus colegas con esos trajes pasados de moda y balón dorado en la solapa, menos estirado que ellos, pero siempre en un  segundo plano. Mi ayudante se llamaba Tino, alias el Seisdedos por tener media docena de apéndices en una mano y, aparte de echarme esa mano, mantenía las instalaciones, era masajista y lo que se terciara para la buena marcha del equipo de sus amores. No estaba del todo conforme con la nueva junta directiva, todos de negro  parece una convención de pompas fúnebres y con la pelotita de los huevos en la solapa, algo huele a chamusquina, Javier, que nadie compra un equipo de chichinabo por sport. Y toda la gente rara que viene por aquí, siempre cuchicheando entre ellos, a saber la que estarán liando.
Pensaba que el equipo sería un bloque compacto: una cuadrilla de desertores del ladrillo que a duras penas distinguirían un balón de un melón, que es lo que suele llenar los campos de tercera para abajo. Pero me equivocaba, y mucho. Me encontré con un grupo de jóvenes que vivían para el futbol. A pesar de que las lentejas las ganaban en otros trabajos, todo el tiempo libre que tenían lo dedicaban al deporte rey. Cuando no entrenaban con el balón estaban en el gimnasio, corrían, estudiaban táctica, veían partidos. Era una obsesión que entonces no llegaba a entender, sobre todo porque iba unida a una lealtad ciega hacia el presi. Cualquier pequeña sugerencia levemente insinuada con un suave arqueo de ceja era obedecida sin rechistar. Cada vez que llegaba se arremolinaban a su alrededor hasta que les permitía seguir con lo que tuvieran entre manos. A veces se me pasaba por la cabeza que hubieran sido capaces de tirarse de un puente si se lo hubieran pedido, tal era su poder sobre los jugadores, gente por lo normal de liviana inteligencia y fácilmente manejables, pero, aún con el carisma que yo le reconocía al presi, era difícil de creer tanto seguidismo.
En el vestuario, la voz cantante la llevaba un cuarteto formado por Chache, Cheche, Choche y Chochete, que más parecían un combo de chachachá. Chache era el portero, con cara de caballo y cuello de toro, ágil a pesar de su cuerpo de armario ropero. Cheche, en el centro de la defensa, repartía estopa con un estilo propio de cualquier rompetibias argentino. Choche dirigía el equipo desde el centro del campo, era el que más luces tenía y su opinión solía pesar entre el resto del grupo. Chochete, Jose para su familia, noventa kilos lanzados a la velocidad del sonido en medio del área rival, imposible de parar ni por lo civil ni por lo criminal. Sobre estos cuatro pilares pivotaba el resto de jugadores, que tampoco escatimaban entrega y dedicación. Seisdedos decía que hasta la llegada de la nueva junta eran una banda de haraganes, pero el presi les ha comido el coco y últimamente solo viven para entrenar. Hay que ver, antes no salían del bar más que para ir al puti y ahora entrena que te entrena. Que aquí hay algo que huele mal, que te lo digo yo. Respondía que no era raro que a los chicos les gustara el fútbol, pero desistía, que Tino era tan duro de mollera como de oreja. Lo que era verdad es la progresión que se había producido, que de estar en el pelotón de cola de su división habían pasado a quedar primeros bien sobrados y con los mismos jugadores que el año pasado. Solo el entrenador había presentado su dimisión, no sé lo que vio, pero de un día pa otro tomó las de Villadiego sin mediar palabra, qué ya te digo yo que aquí se cuece algo gordo.