lunes, 21 de noviembre de 2011

Françoise Hardy


Hablar de música en Francia en los años 60 en gran medida es hablar de François Hardy, la chica triste que vaga sola por la calle preguntándose por qué nadie le susurra palabras de amor al oído. Tímida muchacha de belleza lánguida, frágil estrella titilante en el universo pop, colocó a la música francesa en la modernidad, después de los desahogos sentimentales de la Piaf y compañía. Con François Hardy llega el tono mimoso e intimista que se hizo marca de la casa de un cierto tipo de canción francesa. Pop sencillo y doliente, con un toque existencial, arropado de ese toque chic tan francés, que resiste el paso del tiempo sin despeinarse.
Para muchos que vivíamos bajo cielos de esparto y amaneceres de ceniza, la Hardy representaba la melancolía de un mundo apenas atisbado en sus canciones, pleno de dulzura y sensibilidad. Con ella llegaba el tiempo del amor, de los amigos y de la aventura. Para nuestros celtíberos gustos era un ideal inalcanzable de modernidad y elegancia. Rodeados de canciones con tufo a eructo cervecero o a fritanga barata, ella pintaba de sol nuestras vidas con sus canciones.
Alejada de divismos y escentricidades, más allá de modas y gustos, su encanto sigue imperecedero. Ahora que retornan los cielos de estropajo, queremos refugiarnos en la chimenea de François, calentarnos con su leña, oír sus canciones y seguir soñando.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh, la esencia de las cantantes ye-ye...
¡Que guapa era esta muchacha! Un poco lánguida de más para mi gusto, pero realmente encantadora. No le encuentro una equivalencia en España: comparar a la Hardy con Karina, por ejemplo, es un desaire. A la Hardy, claro.

Luis Cóngrio dijo...

Sí.


Y a mi padre, también le debía de gustar, pues fue él quien compró el disco cuando yo tenía muy poquitos años.

Chafardero dijo...

@ Paseante:
desde luego, no son comparables. Karina es más dicharachera y naif, y con el mismo afán de trascendencia que un sonajero. Pero también me gusta.

Chafardero dijo...

@ Luis Cóngrio:
buen gusto el de su padre, sí señor.