lunes, 27 de junio de 2011

De aquellos que ven la vida pasar desde la barra del bar


-Amigo Sancho, en las ocasiones en que hemos tenido que hacer noche en ventas u otra clase de hospederías, o las veces, seguro que muchas, en que te has escapado a alguna taberna a remojar el gaznate, quizás repararas en esas sombras que parecen eternizarse acodadas a la barra, la mirada perdida y un vaso de vino en la mano.
Estos paisanos que, en mi humilde opinión, se diría que no tienen más ocupación que velar armas a la sombra de pellejos y cántaras de vino, son el estado más alto al que puede aspirar el hombre. Y no me mires así, que aunque me tomen por loco, nunca estuve más cuerdo. Bien dice nuestra santa madre iglesia, y en ello coincide con sabios de ésta  y otras épocas, que  este viaje que es la vida conviene hacerlo ligero de alforjas. Atesorar bienes mundanos, de por sí pasajeros, lleva al hombre a la desazón y al engaño. Hay que buscar bienes raíces, pero no en esta tierra, si no en la más fructífera del pensamiento, donde nuestros anhelos pueden vestirse con las ropas de la virtud y así engrandecer nuestra ánima. E igual que yo dejé casa y hacienda para que mis hechos de armas glorificaran a la  sin par Dulcinea, los hay que toman otros senderos para llegar a la cima de la perfección. Y estos son los amigos del morapio, que moran en ventas y tabernas. Siempre serios, siempre solos, la mirada al frente, el brazo apoyado en la barra, esperando ver la vida pasar. Si acaso, alguna palabra a la Maritornes para que les llene el vaso  otra vez, y el estoico mutismo de quien sabe que esta vida nada vale más allá de una jarra de Valdepeñas.
 Sean jaques mal plantados,  labriegos de rucio flaco, o villanos realquilados, llevan todos en la mirada el secreto de la existencia: jarra a jarra se va haciendo camino al cementerio, así que bebamos sin prisa, pero sin pausa. Todos van de su vida a sus asuntos, y luego se retiran a folgar con sus  íntimos o familiares. Ellos andan a sus menesteres como tantos, Sancho amigo, pero concluidos estos, empieza  su verdadera jornada.  Prestos se acodan  en su lugar de siempre  con la mirada recia y el pulso firme,  y se dejan llevar entre el espeso aroma a torreznos y encurtidos, sin esperar de la vida nada más que un vaso de vino más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Queda un poco triste la imagen del parroquiano a punto de caer sobre la florida prosa que acompaña a la fotografía; una prosa que, a juzgar por el aspecto de la víctima, nunca podría llegar a entender, ni sobrio ni ebrio. Un poco cruel, creo yo, el conjunto.

Chafardero dijo...

@ Rick:
Desde luego, a nuestros parroquianos les trae al fresco la prosa y el verso, bastante tienen con permanecer al pie del cañón.