lunes, 1 de septiembre de 2008

Obras y amores de Quinto Terco. Cap. IX Telón



La obra estaba consiguiendo el éxito del respetable a pesar de los esfuerzos de Cómodo y Tranquilo por reventarla. El público gozaba del ridículo en el que estaban poniendo al gobernador, y Pomponio, bajo la careta y el pelucón de Próculo, sentía el aplauso y más imitaba las maneras de Próspero, que no se atrevía a suspender la representación por miedo a que se soliviantara la plebe. Además, los sacerdotes, magistrados y demás tribunos también reían por lo bajo la sátira del histrión. Menos mal que su dulce esposa no estaba presente para ver cómo le abochornaban.

Ya avanzada la obra, se produce el encuentro entre los amantes en una esquina del escenario, mientras en la otra esquina Protopito intenta distraer a Próculo para que los tortolitos puedan estar a sus anchas.

Protopito: -Mi señor Próculo, sepa que su mujer no tiene ojos más que para usted.

Próculo: -Ya, pero no soy el único que tiene ojos para ella, por eso la vigilo con los dos, aún más, con los tres ojos que tengo.

Actimelia: -Yogurino, amado mío, libérame de esta prisión en la que ciega permanezco.

Yogurino: -Mi amor, si es necesario, te daré mis ojos para que veas la luz, y echaré a tu marido a lo más profundo del puerto con una piedra al cuello para que vaya con su cháchara a los chicharros.

Protopito: -Y que todos sus pensamientos van dirigidos a usted.

Próculo: Sí, pero últimamente se me antoja que sus pensamientos se dirigen a ponerme más cornamenta que al Minotauro. Pero no, que vive en la riqueza gracias a mí.

Actimelia: -Para qué quiero riquezas si comparto lecho con una momia, por Júpiter, que se parece al cuñado de Ramsés.

Yogurino: -Yo mismo con mis manos he de meterle todos sus cuartos por el ojo del culo, ya que cree que el amor se compra con dinero.

Protopito: -Y los relatos de sus gestas inflaman su corazón.

Próculo: -Bien sé que mis victorias la encandilan, que no más empiezo una siempre me dice “no sigas, no sigas, que me emociono”.

Actimelia: -Ya no puedo más Yogurino, antes hacerle la manicura al airado Marte o fregar de rodillas la fragua de Vulcano que volver a escuchar una de sus batallitas.

Yogurino: -Yo le cerraré para siempre la boca a ese carcamal, que todo el mundo sabrá cuantas ristras de cebollas vendió en cada batalla, y abriré la tuya a besos.

Protopito: -Bien se ve en sus ojos que el señor hace feliz a su mujer.

Próculo: -Cierto es, que con los años y la experiencia, un poco que haga uno es mucho, y aún diría más, que las jovencitas siempre han preferido los hombres maduros.

Actimelia: (echándole mano al paquete de su amante) –Quiero, Yogurino, beber de la fuente de tu juventud y olvidar a mi viejo marido, que no es fruta madura sino manzana pocha caída del árbol.

Yogurino: -Bébeme y cómeme, démonos un banquete mientras Protopito hila la hebra con tu plomizo consorte.

Y Actimelia, interpretado por Turbo Multo, pues las mujeres no estaban bien vistas en el escenario, empezó a usar de sus artes de volatinero y contorsionista para montar una serie de poses lo más procaces posibles junto a su Yogurino, mientras Próculo se iba por las ramas contando su triunfo en la batalla de Trapisonda. “Fóllatela, fóllatela, e irás a galeras”, “a ti tampoco se te levanta Próspero, por eso quieres que los demás estemos a pan y agua”, “caballo viejo no puede con yegua joven” y gritos similares se oían por doquier. El público, ya completamente desmadrado, reía y jaleaba a los amantes que en escena componían posturas amatorias nunca vistas.

-¡Esto es lo que entiendes por comedia edificante, esto es lo que escribes para defender la familia y el matrimonio!- le gritó Próspero a Sexto mientras le arreaba un pescozón entre el pitorreo general del auditorio. ¡Dos jovenzuelos fornicando como conejos y un esclavo burlándose de su amo!

-Es lo que mejor conviene a la economía de la comedia- atinó a decir Sexto, que no veía llegado el momento de estrujarle el pescuezo a Pomponio, morder así la mano que le da de comer.

-¡Te voy a hacer comer tu comedia, y aún más, no voy a economizar esfuerzos hasta desterrarte al más remoto lugar que pueda hallar!- le gritaba al oído mientras le tiraba de la oreja.

Mientras, en el escenario Yogurino y Actimelia seguían con sus juegos acrobático-sexuales escenario arriba y abajo, cada vez más crecidos ante los vítores del público. En uno de estos lances dio un traspié la juguetona de Actimelia, agarrándose para no caer a los cortinones que cerraban el frente escénico que estaba sin rematar. Al caer parte de la cortina, apareció tras ella Quinto con Julia, que aprovechando la discreción que le ofrecía ese escondite, había puesto a cuatro patas a la sobrina de Augusto con la saludable intención de hacerle olvidar su jaqueca. La gente cuando los vio follando allí en medio rompió en una cerrada ovación, vivas y pañuelos al viento. Cómodo, Tranquilo y su cuadrilla lanzaron al escenario todo el arsenal que llevaban escondido, berzas podridas y tomates maduros, criticando que según las leyes de la comedia de Aristóteles ese tipo de golpes de efecto más que la catarsis provocaba el cachondeo colectivo. La gente gritaba de todo: “así, así se romaniza a los íberos”, “esto es democracia, la sobrina del emperador y el hijo de su madre”, “que buena actriz la gobernadora, el papel de ramera lo borda”, “al final la familia del César ha doblado la rodilla ante los hispanos” o “qué bien follan las matronas romanas”. La aludida, desenganchándose de Quinto y componiendo su vestido, salió de escena con la dignidad propia de una princesa imperial, entre berzas voladoras, gestos obscenos y gente que pedía la vez para hacérselo con ella. Totalmente sobrepasado y lívido de la ira, mandó Próspero al centurión que desalojara la escena y echara a la gente del teatro, mucha de la cual ya cantaba coplillas sobre su cornamenta y lo convincente de su campaña para volver a las antiguas costumbres, que estaban dispuestos a secundar si incluían un revolcón con su mujer. Otra que estaba enfurecida era Gala, gritándole a Julia mala puta, vete con tu viejo y deja a mi Quinto en paz. Sexto, en un acto valeroso, había decidido desmayarse abrumado por los acontecimientos. Pomponio, aunque sin haber conseguido acabar la representación, recogía los aplausos del público, único a quien un dramaturgo de su talla se debe. Quinto gozó de su momento de gloria al ver a todo Tarraco muerto de envidia mientras se trajinaba a la bella Julia, pero optó por una discreta retirada, que en la cara del gobernador no era la envidia precisamente lo que se reflejaba.

El brusco fin de la representación no fue bien recibido por la plebe que se lo estaba pasando en grande, por lo que hubo insultos, forcejeos y tortas con los soldados que evacuaron el teatro a punta de lanza. En días sucesivos se llenó toda la ciudad de grafitis en los que se hacía mofa y escarnio de Próspero, que pasaba de la ira de verse ridiculizado en público a la vergüenza de verse cornudo, también públicamente. Además, ni un simple reproche pudo echarle hasta la hace poco fiel esposa, que le amenazó con escribirle una carta a su tío quejándose de lo abandonada que se sentía por su marido.

Con los que pudo vengarse a gusto fue con Sexto y con Gala, culpables de todo a su parecer, pues el cuento de que la obra era de Pomponio no hizo sino enfurecer más a Próspero Póstumo. Decidió desterrar a esta pareja de indeseables al más remoto confín de la provincia, al más aislado y rampante lugarejo olvidado de todo dios. En definitiva, que los infelices acabaron sus días en Ventorrillo, en una pobre casona rural con vistas al amplio páramo. Con el tiempo acabaron por aclimatarse a la nueva situación, pues todos los años llegaba una nueva remesa de legionarios que catar para Sexto, mientras Gala se especializó en el producto local, que tenía un juego de cadera que le recordaba a su querido Quinto. Sin olvidar nunca su añorada Roma, fueron un catalizador del proceso de romanización de la zona, y llegaron a ser un referente cultural de primer orden en los contornos, hallándose algún escrito que los equipara con los más grandes, como reza en el Liber Ventorrorum del autor local Cetrino Cecino” Agamenón, señor de amplios dominios, Aquiles, el de los pies ligeros, Sexto, el del culo en pompa.”

La carrera política de Próspero no fue la misma desde el incidente del teatro. Los ecos del escándalo llegaron a Roma, Julia acabó quejándose a su tío Augusto de lo desatendida que se sentía, y éste, que no estaba esperando más que un desliz de su plúmbeo acólito para librase de él, concedió el divorcio a su sobrina y destituyó a Próspero de su cargo de gobernador de la Citerior. A cambio, le concedió la jefatura de un proyecto destinado a revolucionar las comunicaciones. Le mandó a los confines de la Galia, a la zona del estrecho que separa el continente de Britania para estudiar la posibilidad de construir un túnel por el que invadir esa bárbara isla, y con la orden de no volver a verle hasta que no consiguiera resultados concretos. Así acabó la brillante carrera de Próspero, bajo tierra en lucha sin cuartel intentando conquistar nuevas tierras para el imperio, hasta que un buen día una roca aplastó su cabeza y sus ínfulas.

Quinto, por miedo a las represalias del marido burlado, se refugió en la casa y los brazos de Rufo, donde aplacó a modo toda la furia erótica que corría por sus venas, hasta el día que fue a buscarlo Turbo Multo con la noticia de que aquella misma tarde embarcaría toda la compañía rumbo a Massalia. Próspero les había exculpado de lo ocurrido, pero les conminó a abandonar la ciudad antes de que cambiara de idea. Con la marea, disfrazado de marinero para dar el esquinazo a los soldados que le andaban buscando, subió al barco con el resto de sus compañeros y con Pomponio, feliz por el triunfo artístico cosechado, aunque tuvieran que salir por la puerta de atrás. Ahora que contaba con la inestimable ayuda de Quinto Terco, embaucador de almas y amante a destajo, el futuro se le ofrecía venturoso. Quinto dejaba atrás por siempre Hispania, como había dejado antes Ventorrillo, siempre huyendo hacia adelante, impelido por esa energía dionisiaca que como un huracán caía sobre hombres y mujeres cubriéndolos con su pasión, y por su apolínea querencia a la poesía y la música, con la que conseguía la llave de cualquier voluntad. En Massalia muchas y muy sabrosas aventuras corrió junto a sus compañeros, pero esa es ya otra historia.

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