lunes, 25 de agosto de 2008

Obras y amores de Quinto Terco. Cap. VIII Comedía



El día señalado con gran tino como fasto o propicio por los sacerdotes, se inició la celebración con una gran procesión desde el foro al templo de Júpiter Amón y luego al teatro. Abrían el cortejo los estirados sacerdotes de cerúlea tez y oliendo a incienso viejo, el gobernador, decuriones, senadores y jefes militares, cerrando el pueblo llano. Después de darle matarile a un buey a las puertas del templo para ganarse el favor de los dioses y haber interpretado las vísceras, que auguraban un largo porvenir al teatro y a su impulsor, fueron todos a ocupar su localidad.

Aunque la comedia atribuida a Sexto e interpretada por Pomponio y su compañía eran el plato fuerte, antes hubo actuaciones de mimos, saltimbanquis y recitadores. La orquesta del teatro, reservada a las autoridades, con Próspero y su mujer en primera fila y Sexto y la suya al lado, estaba engalanada de guirnaldas y ramos de flores. Las gradas bajas aparecían repletas de militares, caballeros y ciudadanos romanos, y las superiores por libertos, colonos, mujeres y esclavos, todos soliviantados contra el gobernador, al que recibieron con murmullos de desaprobación, pues la gente ya empezaba a estar cansada de su rectitud moral y de tanto meterle mano a sus bolsillos. Además Decio Tranquilo, ya recuperado del susto de la noche del banquete, junto a Cómodo, un primo suyo, receloso del éxito literario de su enemigo Sexto, había llevado un grupo de partidarios con el fin de reventar la función. Los tendidos altos y medios estaban llenos de gente con ganas de pasar factura tanto al autor como al promotor, mientras Pomponio lucía radiante en el magnífico escenario ante el que iba a actuar y hacía oídos sordos a los consejos de Turbo Multo y los demás que le pedían que recortara los fragmentos más comprometedores, no fueran a acabar el día en prisión. Pomponio se negó en redondo, en parte convencido de que las críticas de la obra no eran para tanto y pensando que Próspero no se desprestigiaría atacando a la compañía que solo era portavoz de una obra escrita por Sexto. Quinto fue contratado para cantar varias de sus canciones, las menos procaces, antes de que empezara la obra, y junto a otros músicos tocar varias piezas durante la representación, por lo que permaneció tras los cortinajes la mayor parte de la representación.

Después de mimos y saltimbanquis, de las canciones de Quinto, aplaudidas a rabiar por las mujeres que ocupaban los altos graderíos y pitadas por los partidarios de Cómodo y Tranquilo, dio comienzo la representación, momento en que una repentina jaqueca indispuso a Julia, que con permiso de su marido se retiró a los aposentos tras el escenario a descansar un poco.

Todo soldado es un amante era el título de de la obra, y en ella Próculo Porcino, militar cojitranco, con el pellejo curtido en el humo de mil batallas, aunque solo se le hubiera visto en las cercanías y nunca en el meollo de ninguna, avaro y adinerado, había casado con una jovencita, Actimelia, que ni le quiere ni le aguanta. Con la ayuda de Protopito, esclavo de Próculo, ésta engaña a su viejo marido con Yogurino, apuesto vecino de éstos y antiguo amante de Actimelia. Próculo Porcino, engreído y ciego de todo lo que ocurre a sus espaldas, gasta verbo florido y frases ampulosas, de las que ponen en trance de salir huyendo a los interlocutores.

Próculo Porcino: - Vienen a mi memoria, servil Protopito, los días en que Próculo Porcino luchó en Britania contra Artajerjes. Cuando rompió su espada tras haber machacado más de mil cráneos enemigos, empuñó una lanza con la que ensartó decenas, aún diría más, centenares de adversarios, y cuando quedó inservible, armado con un plumero que allí mismo encontró, él solo puso en fuga al ejército enemigo.

Protopito: -Desde luego, es comprensible que el enemigo huyera en cuanto le vio el plumero.

Próculo Porcino: -Tienes razón, y aún diré más, que desde aquella los persas quitan el polvo con telas o bayetas, que la sola contemplación de los plumeros los aterroriza.

Protopito: -A mí la hazaña que más me maravilla de usted es cuando le dio su merecido al mismísimo Hércules, (en un aparte) -que mira que es viejo el condenado, pero nunca le hubiera echado de la quinta de Hércules-.

Próculo Porcino: -Pues sí, lo que pasa es que es episodio poco conocido por la mucha envidia que hay, que hace que no se sepan de estos grandes hechos de armas, pero estando Próculo Porcino un día a las afueras de Gades se encontró con que el mismo Hércules había entrado a un bancal de melones con el fin de robarlos y hacerle un collar a una morena de Malaka por la que bebía los vientos. Pero Próculo le dijo que con los melones tendría que pasar por encima de su cadáver, y después de un combate que duró de sol a sol, se fue con las manos vacías, y al final se tuvo que conformar con regalarle una gargantilla de higos chumbos.

Protopito: -Desde luego que ese hombre sí que sabía contentar a las mujeres. Pero estos lances hay que recogerlos en poemas épicos que hagan justicia a su valor y queden por los siglos. Después de La Ilíada y La Odisea, La Melonada, aunque La Porculada, perdón, La Proculada también quedaría bien, en cincuenta cantos como mínimo.

Próculo Porcino: -Creo que serían pocos, que son muchas mis hazañas, y algunas verdaderamente increíbles

Protopito: -Todas son increíbles, mi señor

El público ya empezaba a percibir el parecido entre las bravatas del protagonista y las del gobernador, acentuado por Pomponio, que en el papel de militar fanfarrón imitaba los gestos y maneras de Próspero Póstumo, que empezaba la recelar de lo que veía, mientras a Sexto no le llegaba la túnica al cuerpo.

-¿Pero esto qué es? Los persas en Britania, Hércules robando melones, ¿se puede saber en qué taberna maloliente has aprendido historia, más aún, no estarás intentando reírte del arrojo y valor de la legiones romanas?- preguntó irritado Próspero.

-Ni por asomo, no es más que una licencia poética- balbuceó como excusa Sexto.

-Más te vale, si no quieres que te licencie yo, pero de esta vida- amenazó mientras con la mano hacía como que le rebanaba el gaznate.

En otro momento se produce el siguiente diálogo:

Actimelia: -¡Ay, cuan lánguida es mi vida!

Protopito: -Será, señora mía, que su marido la tiene abandonada.

Actimelia: - Será será, que se ve que gasta todas sus energías en contar sus sestercios y también en contar cuantas veces levantó su espada, y ahora lo único que levanta a veces es el codo, que de lo demás…

Protopito: -Pues la lengua la maneja bien, que esta mañana pilló desprevenido a Yogurino, vuestro apuesto vecino, y le contó de corrido toda su campaña en el Cáucaso.

Actimelia: -Ni caso, que son todas fanfarronadas e invenciones de viejo chocho. Próculo tuvo la suerte de hacerse con la exclusiva del suministro de cebollas de la legión, y todas sus hazañas se resumen en ir tras el ejercito con el carro hasta las trancas de cebollas rojas, que era aparecer él y romper en lloros todo el mundo, y si a algún enemigo hizo huir, sería del pestazo que desprendía su carro, y no digamos su boca, que le huele peor que al porquero de Agamenón. Así hizo su fortuna, que se entendía de maravilla con el intendente general y vendían la misma mercancía varias veces.

-Mira mira, como nuestro gobernador. Próspero ¿A cuánto les vendías las cebollas a los cántabros?- se oyó un grito anónimo entre el gentío.

-¡Quien osa mancillar mi nombre!- rugió Próspero, levantándose e increpando a las gradas altas de donde había salido el comentario. Después, dirigiéndose a Sexto, más escamado ya que sirena varada- esto es cosa tuya, tirando por los suelos el honor imperial.

-Pero señor, no es más que mera ficción, no tiene nada que ver con la realidad.

-¡Te vas a empapar de realidad en las minas de Galaecia donde vas a pasar los próximos cuarenta años, piltrafa!

lunes, 18 de agosto de 2008

Obras y amores de Quinto Terco. Cap. VII Termas



De muy mala gana aceptó el encargo Pomponio, en parte porque le hubiese gustado que en los avisos escritos a tiza en la puerta del teatro apareciera su nombre como autor y no solo como actor, y en parte porque tampoco tenía nada preparado y el tiempo apremiaba. Pero era cliente de Sexto y estaba obligado a ayudarle en lo que le pedía. Prometió ponerse manos a la obra al día siguiente, en el que ya recuperado de la melopea nocturna, vio que podía refundir alguna comedia antigua y sazonarla con algunos elementos propios de la ciudad, y de paso saldar cuentas con algún que otro personaje. La idea de soltar estopa en el escenario agudizó su ingenio, y se puso manos a la obra de copiar a los antiguos y hacerlo pasar como propio, que era lo que siempre solía hacer, que el público teatral era de memoria frágil y se le podía vender el mismo pescado varias veces.

Pero los corazones que inflama Cupido no saben de trabas ni barreras, más al contrario, se crecen en la adversidad, agudizan el ingenio para lograr su afán. No se desanimó Gala por la desleal competencia de su amante esposo o las nada veladas amenazas del censor Póstumo, sino que estrechó el cerco sobre el jabato ibero por el que iba desbocada. Visto que en su casa no hallaba forma de acercarse a Quinto, dispuso que entrara a formar parte como masajista en las termas de la ciudad, pues tenía mucha mano con su dueño.

A pesar de los discursos de Pomponio sobre que el futuro de la compañía estaba en sus manos, o en su entrepierna, y de la gran labor que estaba realizando en pro del teatro, lo cierto es que Quinto estaba harto de ceder a la libido de sus mecenas. Añoraba los duros cuerpos de los legionarios, sus torsos poderosos y muslos de delfín, y no las pieles colgantes y las cuencas arrugadas que Pomponio le obligaba a trajinarse, así que su trabajo en las termas supuso para él la posibilidad de buscar el calor de los fornidos esclavos y libertos que allí lucían músculos uncidos de aromas desconocidos para él. Pronto se ganó la confianza, y todo lo demás, de Rufo, el encargado de los masajistas, rudo pecho de toro de la tribu de los carpetanos, suave con las manos y brutal con su golpe de cintura, que dejó entre sus uñas su melosa piel.

Una tarde que Gala requirió los servicios de Quinto como masajista, éste con una habilidad sorprendente en un novato, repasó todas las vertebras de la dama, pero era su deseo que su inventario continuara más allá de la última. Viéndola venir, le dijo Quinto que para ello sería mejor ir a una discreta habitación poco iluminada donde no correrían peligro. Allá se entraron los dos y cuando dentro estuvieron, una fuerza animal atacó por detrás a Gala, que sorprendida ante la brusquedad de su doncel no tuvo tiempo de reaccionar hasta que fue demasiado tarde, que ya Rufo montaba a la dama cual corcel que entre riscos recula y hay que tirar del bocado para domeñarlo. Mientras el carpetano sin decir chitón desfogaba su rabia hacia los romanos que le habían extrañado de las ariscas cumbres de sus antepasados, Quinto cantaba uno de los Amores de Ovidio a la pobre dama. Ésta, que entre que el ataque por la espalda y la oscuridad no atinaba a ver quién era el que se la estaba follando viva y no por el conducto reglamentario, entendía malamente el rudo cambio operado en su amante pues no se había percatado de la recia presencia de Rufo y su descomunal cipote carpetano, y sobre todo, ahora entendía menos a su marido y sus gustos sexuales, que el esclavo usaba el mismo sistema para ayuntarse con los dos sexos y le estaba dando a la pobre un repaso descomunal.

Terminado el encontronazo, Quinto se excusó y desapareció a toda prisa junto con Rufo. Gala arrastró su ajetreado cuerpo hasta la sala de baños calientes, atestada a esa hora de la tarde por lo mejor de cada calle de la ciudad alta, donde tuvo que saludar a la gobernadora. Con problemas para sentarse, dificultades para mantenerse erguida por el tembleque de piernas que llevaba y sin ningunas ganas de darse un baño, no sabía como ponerse ni que decir a Julia, que la preguntaba por unas telas griegas recién llegadas de Corinto. Telarañas tenía en los ojos Gala, vértigo la verborrea le daba, los mosaicos de las paredes giraban a su alrededor, hasta que al final trastabilleó y se fue al suelo. En un postrero intento de mantener la dignidad y librarse del trastazo contra la dura losa se aferró al escueto lienzo con el que la gobernadora cubría sus carnes, con tan mala suerte que cedió el cierre que sujeta la toalla y Gala dio con los morros en el pavimento mientras que su interlocutora, por primera vez en su vida, enmudeció al verse desnuda ante gran parte de las gobernadas por su marido.

Hasta en el último corrillo del mercado del pescado o mísero puesto del de las verduras se comentó al día siguiente la escena que siguió. Julia Marula, presa de la histeria, ni acertaba a ponerse de nuevo la toalla ni dejaba de gritar, mientras su marido, que entró al oír los gritos de su consorte, intentaba tranquilizarla mientras llamaba al centurión y mandaba cerrar los ojos a los presentes, y ponía de borracha a Gala, que desde el suelo veía un hilillo de sangre salir de su túnica corta. Llevada con premura a su casa y visitada por el galeno de la familia, restañó como pudo las heridas del brutal encuentro con el desaforado Rufo, y endilgó un olímpico rapapolvos a Parco por maltratar así a su mujer. Cuando acabó el doctor, le tocó el turno a Próspero Póstumo, que fue a casa de Sexto para abroncarle sin saber el pobre de que iba el asunto. Le recordó que entre las virtudes que han hecho a Roma dueña del mundo no se encuentran la de ridiculizar a los representantes imperiales ni dejar en cueros a sus esposas, y que como no alejara los cálices de vino de su esposa, le iba a recetar abluciones de pez hirviendo antes de mandarlo a Numidia a venderle arena a los nómadas del desierto.

Como ven ustedes, más que a partir un piñón a partirse los piños estaban las relaciones entre Sexto y Próspero Póstumo. Éste le había puesto como objetivo de su campaña de rearme moral, y el vinatero menorero bujarrón del aristócrata no se explicaba por qué se había empecinado en perseguirle, a no ser por la envidia de un advenedizo ante la sangre noble que corría por sus venas. Pomponio, por su parte, utilizando su viejo sistema del plagio descarado, esta vez del Miles Gloriosus de Plauto (de copiar, hacerlo a lo grande) había terminado en una semana el encargo y entregado la obra a Sexto, que como sospechaba, ni se molestó en ojear, dándose por satisfecho de tener un libreto con que librarse de las broncas del gobernante. Se limitó a preguntar por el argumento, a lo que Pomponio dijo que era una obra donde se hacía una encendida defensa de institución matrimonial y de la familia romana, con lo que Sexto quedó conforme, y esto mismo le trasladó a Próspero, que le insistió en que la pieza debía tener un carácter didáctico y moralizante, y que se cuidara bien de poner sus libertinas costumbres en escena. Sexto perjuró que nada de esto sucedería, que lo último que esperaba el confiado noble era que el orgullo artístico de Pomponio pudiera más que su sentido común.

Una vez que ya tenían obra, se iniciaron los preparativos para las fiestas con que iba a ser inaugurado el nuevo teatro, que dicho sea de paso, aún no estaba terminado pues faltaba parte de las arcadas del frente escénico, que cerraba la escena por detrás, pero las ansias del gobernador por comenzar su mandato con un golpe de efecto hicieron que se colocaran unos grandes cortinones en las zonas inacabadas para salir del paso. Aunque Próspero prometió que correría con todos los gastos de la fiesta inaugural, él personalmente se encargó de convencer a los más ricos de la villa para que hicieran generosas aportaciones, Sexto entre ellos, que encima de que ponía la comedía en vez de cobrar todavía le tocaba pagar. Con lo recaudado dio para pagar los gastos y todavía le quedó una buena parte destinada a sanear las cuentas del gobernador.

lunes, 11 de agosto de 2008

Obras y amores de Quinto Terco. Cap. VI Banquete



Quinto no tardó mucho en hacerse a la vida de la ciudad, donde los placeres y los días iban de la mano y le asaltaban en cualquier recodo de la calle. Aprendió que el fuego abrasador con el que había nacido y que tanta vida daba a sus amantes también era útil para vivir de él. Su bárbara sensualidad y el deseo animal que desprendía de manera irresistible, mezclados con los versitos picantes que regalaba meloso, le abrían todas las voluntades que se le antojaban. Tenía contentos a sus benefactores, a los que se beneficiaba con asiduidad por aquello de procurarse el sustento, sabiendo los dos que se tenían que repartir al íbero pero haciendo como que no veían nada. Pero Quinto andaba sobrado de ímpetus para buscarse amantes menos viejos y fofos en tabernas y mercados o en las termas. Cada día nuestro joven desterrado de Ventorrillo olvidaba los vientos de su tierra chica y se dejaba llevar por la marea humana que, de tierra adentro, llegaba a la ciudad y de más allá del mar arribaba a puerto. Gentes hasta ahora desconocidas para él, griegos de velludo pecho, egipcios morenos, árabes silenciosos, galos de ojos azul marino, todos despertaban sus deseos nada ocultos. Mientras, el pico de oro de Pomponio no tuvo problema en introducirse en los círculos artísticos de Tarraco, donde desbarraba a gusto entre poetas que solo encontraban la inspiración con el vino peleón, sagaces historiadores empeñados en trazar la historia gastronómica de los layetanos o algún novelista que llevaba diez libros escritos ya sobre las fantasías onanistas de Agamenón.

Un día Gala dejó un mensaje escrito en la tablilla de cera de Quinto, “Te espero al caer la tarde en la estancia anexa al comedor” Después de leerla, Quinto dejó la tablilla olvidada encima de la mesa y el mensaje fue vuelto a leer por Sexto, que al reconocer la tablilla como la de Quinto, no duda en creer que se le está ofreciendo una ocasión de gozar de su moreno. Al caer la tarde se coló sigiloso nuestro caballero en la estancia en penumbra. Por temor a ser oído por los esclavos que aderezan la cena, silencioso, se quitó en el umbral la toga y la túnica, y se acercó poseído por el torso poderoso, caderas cinceladas en mármol y muslos broncíneos de Quinto a la cama en la que creyó ver bajo la sábana el cuerpo deseado. Gala oyó la respiración del que creía su amante bárbaro, tosco y dulce como el Mulsum, vino con miel que solía hacerle más gratas las largas tardes de invierno. Inmóvil, sujetando la respiración, espera que tire de la sábana y caiga sobre ella como fiera garduña.

Sexto, alargando el momento de descorrer el velo que le llevará al cuerpo que le tiene encadenado, jadea mientras su lanza erguida pugna en posición de ataque. Oye un leve susurro que le dice Quinto, Quinto, Quinto, y tira de la sábana.

-¡Sexto, Sexto, que haces aquí!

Le espeta su esposa desnuda, con los ojos como platos y gesto de asco. Parco grita como si hubiera visto a la Parca y no a su amada esposa, levanta las manos y baja su lanza. Gala se tapa de nuevo con la sábana como si estuviera ante un desconocido y no su amado esposo. Empiezan a imaginarse que algún tipo de confusión ha hecho que acaben los dos en el mismo lecho, que es la única manera de que esta mal avenida pareja hagan vida marital.

Recuperado del susto, Sexto se mete en la cama con la intención de hacerle creer a Gala que era a ella a quien buscaba, su cuerpo el que apetecía, aunque su miembro a media asta indicara otra cosa. Ella le deja hacer y forcejean un rato en una escaramuza falta no solo de amor, sino de una pizca de deseo, y el que hay es el que ponen los esposos al imaginarse el brillo de Quinto cuando poseído por el viento del sur los deja exhaustos.

Acabado el simulacro, se fueron a cenar. Estaban invitados esa noche Pomponio, Decio Tranquilo, poeta y antiguo amante de Gala, relegado ahora a la triste condición de segundón, un comerciante local amigo de la familia, y otros lugareños. Empezado el banquete, se unió a ellos Quinto, con signos evidentes de haber pasado la tarde en brazos de alguno de sus amigos. Sexto y Gala trinaban creyéndose burlados. Pomponio, apurado el tercer cáliz de vino nuevo, con la lengua caliente y el verbo fácil, empezó a relatar sus historias mitológicas, de cuando Júpiter se encaprichó de la doncella Europa, y trasmutado en toro la raptó mientras paseaba por la playa. Gala, herida en su amor propio, propuso un juego. De ser como Júpiter, en qué se convertirían los presentes para raptarla a ella, la más bella doncella de la Cólquide. La mayoría pensaron para si que lo mejor sería en liebre u otro ágil animal para poner tierra de por medio de semejante partido, pero callaron.

Pomponio se inclinó sobre el triclinio de Quinto para recordarle lo importante que era para la compañía complacer a sus anfitriones, así que la adúlala sin contemplaciones. Empezó Decio afirmando que una dama romana como ella solo por la loba que amamantó a Rómulo y Remo podía ser raptada. Eso eso, que la rapte la lupa y la lleve al lupanar, dijo por lo bajo Pomponio, mientras se levantaba y decía que él, como Júpiter se convertiría en lluvia dorada con la que cubrir tan preciado objeto. Gala advirtió cierta retranca en su declaración, pero la que en verdad esperaba era la de Quinto, que, sin pensárselo, se despachó con que iría de Alejandro Magno y con su espada cortaría el nudo gordiano que la tiene apresada para que pudiera huir con él. Un tajo seco y definitivo, que tus correas caigan para siempre al suelo. Oído esto, Sexto creyó que el tajo iba dirigido a él, que era el lazo que ansiaba cercenar Quinto y ya empezó a sudar ante la posibilidad de que su amado quisiera hacer ejercicios de esgrima a su costa, lo que le sumergió en una flojera de la que intentó defenderse con un faisán relleno de perdices. Gala creía flotar en medio del Olimpo al oír tal declaración. Ya se imaginaba con Quinto viviendo como salvajes su amor en el fondo de las selvas de hayas del interior de Iberia, de donde había salido el moreno de carnes prietas y corazón de roca.

El plato principal del banquete era un puerco asado relleno de manzanas, pero cuando dio llegado los comensales iban borrachos perdidos y desbarraban a dos manos, hablando sin orden ni concierto sobre la cosecha de ese año, los vestidos de la mujer del gobernador, la crisis del teatro o lo holgazanes que salían los esclavos de la Bética. Decio Tranquilo, dando la espalda a su nombre se disponía a soltar una arenga patriótica de la cual solo pudo decir Delenda est Cathago antes de enmudecer víctima de un hueso de pernil estampado en mitad de la boca. Tras esta sugerencia, decidió dirigir su arte hacía la lírica, regalando a su amada un epigrama más destartalado que carreta galaica, que la parca Gala ni tomó en cuenta, viendo las maniobras de su esposo por acercarse a Quinto, recuperado del susto de imaginarse con el gaznate rebanado.

Cerca de la medianoche, lentamente entró la brisa del sur que encendía al hijo de Ventorrillo sus instintos más salvajes. Trastabillando vio salir hacia el atrio a Sexto, y tras él se fue encelado. En ansias inflamado lo atrapó en la oscura esquina alejada de la sala de banquetes, deslizando rápidamente sus manos bajo la túnica.

-¿No eras tú el que quería cortarme en dos de un tajo, Alejandro de pacotilla, magno truhán, adulador de brujas?

-Ven aquí pichón, que mi espada no quería cortar sino clavar.

Desesperada ante lo que se imaginaba que estaba pasando fuera, Gala Rala le estaba dejando hacer a su poetastro, una vez que el resto de los comensales habían quedado fuera de circulación entre vapores etílicos. Tranquilo la convenció para que salieran al amplio atrio y se enmascararan entre las sombras, y ella se dejó llevar a ver si levantaba los celos de Quinto, que ya tenía a su querido marido a cuatro patas.

Así, mientras Quinto en una esquina ponía al señor de la casa mirando hacia Roma y Tranquilo en la otra a la señora mirando hacia Alejandría, presidida la romántica escena por la pelotuda estatua de Cupido que remataba la fuente central, entró de repente Próspero Póstumo con su mujer y parte de su séquito, advertidos de que en la casa del rico comerciante había banquete. La visita sorpresa tenía por objeto ver si los rumores sobre el comerciante en vinos y su esposa eran ciertos. El encontrarse a Quinto y a Sexto tras un seto del atrio en postura poco recomendada para un ciudadano romano, más aún, propia de un sátiro en celo revolcándose con un actorzuelo semi bárbaro, y a Gala en la otra punta dejándose hacer por un tísico pelma y barbilampiño, no hizo más que confirmar sus sospechas sobre los dueños de la casa.

-Para eso me batí yo en duelo singular en lo más profundo de los bosques cántabros contra el bruto caudillo Barcitauro y le despeñé de tal mandoble que rompí mi espada, y yo solo armado con una lanza rota hice retroceder a sus hordas malolientes, para que la gloria conquistada por mí para Roma se vea mancillada por el comportamiento indecoroso de sus ciudadanos, que no saben tener quieta su entrepierna.

-Verá gobernador, esto no es lo que parece- intentaba defenderse Sexto

-No, no, esto es lo que parece, y aún diría más, esto parece un burdel en hora punta en vez de una casa patricia.

Pomponio, que había despertado de la borrachera con los gritos de Próspero y se había hecho cargo de lo apurado de la situación, intentó echarle una mano a su protector.

-Vea usted que esto no es más que un pequeño ensayo de una obra que ando escribiendo, y todo lo que aquí parece haber visto no es más que fingido.

-Ya, pues felicite a sus actores de mi parte, que jadeaban con mucha convicción, incluso diría más, juraría que la estaban gozando. Y no me haga preguntarle sobre el argumento en el que se incluye semejante escena, que igual le contrato yo para una comedia muy divertida en la que un hatajo de tunantes reman de sol a sol amarrados al remo y al banco de una trirreme. Y usted, Sexto Parco, su única relación con la caballería parece ser el que como los caballos, pasa más tiempo a cuatro patas que a dos. Les recuerdo a los dos que como vuelvan a faltar al decoro y a la decencia que se espera de unos ciudadanos romanos acabarán sus días en alguna inhóspita aldea a orillas del Mar Negro pelando quisquillas.

-Señor gobernador, quizás nos hemos dejado llevar por el calor de la situación, pero no volverá a suceder- balbuceaba Sexto

-Eso espero por su bien. Y la comedia que le encargué, ¿está concluida? Mire que no voy a tolerar ningún retraso.

-No se preocupe, que está muy bien encaminada- mintió Sexto, que ni media página había emborronado sobre el asunto, que su imaginación no daba más que para algún ripio de circunstancias, y semejante encargo se le antojaba más arduo que copiar la Ilíada al revés.

Como su marido no parecía percatarse de la presencia de Quinto, Julia se acercó hasta él.

-Veo que te esfuerzas en satisfacer a tus anfitriones.

-Solo quería agradecer la hospitalidad que tienen conmigo.

-Pues yo puedo ser más hospitalaria si cabe que estos rancios trozos de tocino que te trajinas. Un adonis como tú cómo pierde su tiempo y energías con una arpía que huele peor que las tripas de los besugos y viste como una matrona con almorranas, o con su marido, un calvo lleno de vino y menos seso que una gallina descabezada.

-Mi agradecimiento hacia mis protectores no me prohíbe el atender sus súplicas, bella Julia, y cuando quiera estaré encantado de enseñarle todo mi repertorio.

-Julia, vayámonos ya de este antro, no sea que la inmundicia nos invada- dijo Pomponio a su mujer, que tuvo que separarse rápido de Quinto. Y les vuelvo a recordar que no toleraré este tipo de comportamientos.

Una vez ido el gobernador y pasado el sofoco, dijo Sexto:

-Este hombre va a acabar con nosotros. Ya ni en nuestra propia casa podemos darnos una alegría. Ahora entiendo por qué lo mandaron a Tarraco y se lo quitaron de encima en Roma.

-Tú que te revuelcas en cualquier parte, como los animales- le recriminó Gala

-Fue a hablar la que estaba haciendo calceta mientras tanto. Mejor estarías callada, o echándole un cubo de agua al fantoche que tienes como amante, que del susto se te ha desmayado. Pomponio, escucha, tienes que ayudarme, por favor escribe para mi una obra que pueda presentarle a ese guardián de la moralidad.

-Pero el encargo era para vos, y no estaría bien que yo me entrometiera- respondió airado.

-Sí, pero a mí las musas no me han llamado por ese camino, y como no le presente algo a ese viejo es capaz de desterrarme a los infiernos. Quizás tendría que recordarte que vives holgadamente aquí gracias a mi generosidad, y que no estaría de más que ayudaras a tu patrocinador si quieres que lo siga siendo.

-Nada más alejado de mi intención que negar la ayuda a alguien que se ha portado como un padre con nosotros, pero ceder una obra así como así, por las astas corniveletas del Minotauro, casi es como cederle a un hijo de mis entrañas.

-Pero serás recompensado por ello, además de que influiré en Próspero para que sea tu compañía la que haga el estreno.

lunes, 4 de agosto de 2008

Obras y amores de quinto Terco. Cap. V Gala y Julia


Una vez terminado el sermón del representante imperial, se relajó la concurrencia, formando corrillos donde se cotilleaba sobre la coqueta gobernadora, se comentaban las últimas novedades traídas de allende del mediterráneo o se ponderaba si Prospero sería tan rapaz como su antecesor. Éste tomó asiento y, con mucha ceremonia, empezó a recibir pleitesía de lo más destacado de la sociedad local. Muy a su pesar, Sexto y Gala, con sus protegidos fueron a darle la bienvenida.

-Qué ven mis cansados ojos, si, es el caballero Sexto Parco. ¿Qué haces en Tarraco, lejos de las casa de juego y los lupanares de Roma?- atizó sarcástico el gobernador

-Próspero, es para nosotros un honor teneros entre nosotros. Espero que tu administración sea provechosa para todos. Seis meses hace que aquí llevo los negocios de mi suegro.

-Luego te has casado.

-Sí, esta es mi esposa, Gala Rala, hija de Renco Ralo, comerciante de vinos de Ostia.

-Si si, conozco a ese rico comerciante, pero estoy casi seguro, más aún, pondría la mano en el fuego de que su hacienda no ha tenido nada que ver en tu matrimonio, viendo la clase y hermosura de la hija.

-Gracias, señor gobernador. Mi esposo me eligió de entre todas por mi hermosura, igual que supongo que la suya le eligió a usted por su juventud y su sobria oratoria- terció Gala con fingida desgana, que bien le hubiera sacado un ojo al viejo.

-Bueno, también os quería presentar a Pomponio Porto y Quinto Terco, protegidos míos y miembros de una compañía de teatro.

-Actores, mal asunto. Donde andan ellos anida el vicio- miró con gesto displicente hacia el histrión y su amigo.

-Señor gobernador, la rectitud de nuestras costumbres está fuera de toda duda- se empezó a defender Pomponio

-No me cabe duda, si, pero Sexto, dime, ¿sigues jugándote hasta las correas de las sandalias a los dados?

-Creo que ya he escarmentado de mi desordenada vida.

-Me alegra oír eso, que yo no estoy dispuesto a tolerar conductas licenciosas, y menos entre los ciudadanos romanos de la colonia, que sirvan de mal ejemplo para la población local. La sobriedad, la austeridad, el respeto a la familia y a las costumbres son las que han hecho a Roma cabeza del mundo.

-Señor gobernador, soy más austero que una vestal, sobrio que no parezco tratante de vinos y el alto concepto de familia es lo que me ha llevado al matrimonio.

-Me alegra oír eso. Y dime, ¿sigues escribiendo?

-Bueno, quizás menos que antes

-Pues has de ponerte manos a la obra, que me han dicho que las obras del teatro están ya casi terminadas, y que mejor que una comedia educativa escrita por un noble romano para inaugurarlo.

-Pero yo nunca he escrito teatro, solo algún que otro poema.

-Paparruchas, no tiene que ser tan difícil. Es mi voluntad y basta.

-Es un honor para mí, pero igual no estoy a la altura de las circunstancias. Quizás Pomponio, que además de actor ha compuesto muchas piezas, estaría interesado.

-Yo podría escribirle una pieza con la que la inauguración del teatro quedaría por siempre en la memoria de la ciudad- dijo Pomponio, viendo la posibilidad de hacer un buen negocio.

-Pero yo soy de la opinión, aún más, defiendo abiertamente que los actores donde mejor están es trabajando en las minas. Como no queda más remedio que echar mano de ellos para las representaciones, transijo, pero que encima esos sacos de bajas pasiones escriban las obras ya es demasiado. Sexto, te emplazo de aquí a un mes a que me presentes la obra para ser estrenada si no quieres enfrentarte a mi cólera.

Mientras esto se dirimía, preguntó Julia a Rala:

-Querida, ¿Dónde te has hecho ese tocado? ¿No lo llevas algo torcido?

-Si bueno, me he corrido, digo que he venido corriendo porque llegaba tarde y quizás se haya movido un poco.

-Sí, ya te vi entrar hace un momento con tu protegido. ¿Quinto se llama? Casualmente aparecisteis por el lado de donde parecía venir ese alarido como de hiena sarnosa que sonó hace poco. Y tú, Quinto, ¿cuales son tu cometidos en la casa de tus señores?

-Yo estoy para complacerles con mis poemas, canciones, bailes y todo aquello que gusten- dijo zalamero a Julia.

-Me gusta, me gusta este bárbaro letrado. ¿Cuándo podrías recitarme todo tu repertorio?

-Estoy seguro que la señora gobernadora disfrutará más con las campañas de su señor esposo, veterano y curtido, que con los gorgoritos de un aprendiz de poeta, demasiado joven para ti, más amiga de las canas y arrugas- soltó furiosa Rala.

-Tranquila querida, que no pretendo que deje desatendidas sus ocupaciones para contigo. Y ese vestido, parece un poco anticuado ya. Acaso tenéis un sastre lusitano. En Roma acostumbran a vestir así las libertas del mercado del pescado.

-Aquí a Tarraco tardan en llegar las últimas tendencias, pero visto lo que llevan algunas, prefiero no ponérmelas, no sea que por la calle me pregunten por la tarifa de mis servicios.

-Pues tranquila querida, que yo te voy a poner al día. Ya quedaremos para renovar tu vestuario.

-Muchas gracias señora- dijo Rala mientras se retiraba pues su marido acababa ya la plática con Próspero. Los dos salieron de la presentación igual de soliviantados y ninguneados.

-¡Habrase visto la mocosa!

-Ese pellejo advenedizo que ha hecho carrera sisando en todas las legiones me viene a dar órdenes a mí, que pertenezco a la más antigua aristocracia.

-Con una hiena, con una hiena y con una pescadera me ha comparado.

-Cuando mi padre era cónsul el suyo andaba destripando terrones.

-Lecciones de moda, ella que va como una ramera siciliana.

-Y me manda escribirle una comedia como quien encarga hacer un botijo. Esto es humillante. El estado gobernado por desertores del arado, y nosotros, la nobleza, vendiendo vino. ¡Qué tiempos, qué costumbres!

-Para ir enseñándolo todo no hace falta sastre sino desvergüenza. Y su marido dando clases de moralidad mientras su mujer va poniendo cachondos a todos los machos de la ciudad.

Airado iba también Pomponio, que además de las amenazas nada veladas de mandarle bajo palio de piedra a la mínima, veía cómo, aunque a su pesar, el elegido para inaugurar la temporada teatral era el pluma floja de Sexto, despreciando el talento de uno de los mejores autores de comedias de la época, en cuya mano comían las musas. Quinto era el único que salió contento de la recepción, pues después del revolcón que le había dado a Gala se había encontrado con una Julia bastante interesada en él, y en la reunión descubrió un nutrido grupo de bellezones exóticos con los que no le importaría intercambiar impresiones en aras de un mejor entendimiento entre las distintas razas del imperio.