viernes, 13 de junio de 2008

Las invasiones bárbaras


Un movimiento migratorio sin precedentes está a punto de hundir el viejo continente. Grupos de mamíferos bípedos, quizás personas, que hasta hace poco llevaban una vida aparentemente normal se han reunido con aviesas intenciones. Ataviados con trajes diseñados para aterrorizar, caras pintadas como para ir a pasar a cuchillo a todo el que les salga al paso, de diferentes países confluyen en Austria y Suiza con la excusa de ver a unos niñatos dando patadas a diestro y siniestro. Gañanes desorejados aullando himnos meningíticos, brutos descerebrados coceando papeleras, marginados intelectuales sumergidos en cerveza, exiliados del buen gusto abrazados a banderas bandarras, verduleras enfarlopadas haciendo la ola, histéricos patrioteros colgados de una bufanda y forofos ramplones dando la matraca, todos a empujar a su selección en frenético pandemonio de cantos cerriles, alcoholes baratos y bailes asilvestrados.

La tribu germana ha sido de las primeras en abrir fuego. Mucha elástica blanca y sombreros de copa sobre cabezas cuadradas, han querido aprovecharse de la gran tradición musical alemana para cantar unos himnos nazis con los que recibir a sus enemigos, las hordas polacas, tan católicos como belicosos. No hay nada para confraternizar como reabrir viejas heridas. La tribu helvética, por eso de que están en su casa, van de rojo diablo y de víctimas, mientras sus bancos guardan los setecientos millones de euros que la UEFA, una asociación sin ánimo de lucro, se embolsa desganadamente por el tinglado de la Eurocopa.

Por otras zonas se ven los vikingos noruegos, con cuernos y medio en bolas, que se ve que Centroeuropa es muy cálida para ellos. Los griegos con la cara cruzada y enseñando hasta las muelas, mientras los irreductibles galos animan el gallinero paseando a su cacareado gallo. Los tifosi italianos, dándole ímpetu a la azzurra, elevan un poco el listón, que la clase y elegancia del país de la bota hace que hasta para estas barbaries tengan más gusto. Y podemos dar gracias a que como la selección inglesa ha hecho aguas no han cruzado el estrecho los hooligans, que dejan a Atila y sus hunos a la altura de Pokoyo.

Mención aparte merecen las huestes íberas, impelidas por el ancestral empuje de saberse con la sesera más dura del continente y capaces de embestir a todo lo que se menee. Esta tribu, repleta de seres disfrazados de toreros de chichinabo, pepis despelotadas, picoletos de atrezo o flamencos flipaos, con banderas de toros y aguiluchos y mucha caña burra, encabezados por el príncipe y su señora, se hace llamar la marea roja: marea por el vértigo que produce verlos y roja por la vergüenza que dan.

Ya saben, si quieren hacer patria échense a la calle vestidos de orates, cualquier sacrificio es poco a la hora defender los colores de la bandera. Mientras, aquí estaremos nosotros, disfrutando de las payasadas de estos nuevos bárbaros.

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