lunes, 7 de enero de 2008

El rally Dakar


Si nuestros bravos pijo marineritos daban vueltas con sus barquitos veleros en la America´s Cup mareando mares y mareas, sus colegas de tierra firme, los pilotos del Dakar, se han quedado a la luna de Valencia, que se ha suspendido la carrerita por temor a atentados.

El Dakar siempre ha sido un atropello. Una caravana desquiciada de máquinas infernales machacando la línea del horizonte para que una panda de atorrantes suelte adrenalina en nombre de la aventura postmoderna, a cambio de unas migajas que echan a la población local. Como quedan pocos espacios vírgenes en el planeta, todo forofo de los octanos y los cilindros promocionado por alguna empresa puntera, se cree con derecho a llenar el Sahara de tufo a gasofa y caucho quemado. Neocolonialismo macarra travestido de deporte de riesgo.

El brasas que deja sordo a todo el vecindario con su grillo calle arriba calle abajo tiene poster en su habitación de esos pilotos enfrentados a un mar de arena solo con dos ruedas y con el patrocinio de empresas como Repsol, conocida por lo respetuosa que es con los indígenas americanos. Los pastilleros que hacen trompos en polígonos industriales querrán acabar dando panzadas sobre las dunas con sus máquinas de diseño exclusivo. Y los camioneros, apoyados en la barra de puticlubs de carreteras secundarias, sueñan con ir a tumba abierta como sus polvorientos colegas, destrozando todo lo que pillen a su paso. Toda esa gente que hace de los vehículos no un medio sino un fin, conforman un microcosmos en el que el mal gusto, la garrulería y la horterada son moneda común, y por eso en Repámpanos, amigos como somos de lo extremo y excesivo, les damos pábulo que buenas risas nos proporcionan. Pero exportar el circo a lugares totalmente ajenos a esa movida, arrollar de forma prepotente a pueblos que no tienen por qué aguantar esa banda de Mad Max de diseño, dista mucho de ser divertido.

Y ahora llega Al Qaeda para correr a tiros a los del rally, y éstos, que solo preveían enfrentarse a los elementos, han puesto pies en polvorosa, aunque haya dos mil agentes velando por su seguridad. ¿Cómo ha podido acabar así un rally con treinta años a sus espaldas? sencillo: el influjo de Carlos Sanz, El Cenizo, que con su mal fario habitual echa a pique todo lo que toca y es capaz él solito, como en la canción de Los Nikis, de estrellarse contra el único árbol de todo el desierto del Teneré.

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