miércoles, 22 de agosto de 2007

Concurso de belleza

Al recibir la invitación para participar como jurado en el concurso de belleza organizado por la concejalía de Educación y Descanso del la villa de Ventorrillo del Páramo, sin dudar elegimos a Atilio Ventimiglia, nuestro especialista en moda, tendencias, estilo y hierbas afines como el más idóneo para lidiar con las bellezas del altiplano.

Todo este último fin de semana ha disfrutado Atilio de la hospitalidad de las gentes de Ventorrillo, donde su blazer azul marino, pantalón de lino, pañuelo multicolor al cuello y ese gesto tan suyo de rascarse detrás de la oreja que embelesa a todo el que lo ve, han dejado onda impresión.

El viernes tarde fue recibido a su llegada por el señor alcalde, Don Braulio Sota, que le enseñó las principales calles de la localidad, antes de pasar al Casino, donde una representación de lo mejor de la sociedad local dio la bienvenida al reportero de la capital. Departió largamente con Otilia Otero, decoradora de retretes y principal artista local. Por menudo le explicó su técnica, los motivos con los que adornaba el interior de las tazas, y finalmente tuvo que resistirse firmemente a que le enseñara una muestra de su trabajo. Isra, joven emprendedor, le presentó su proyecto para crear una empresa de tonos para móviles con sonidos de animales. Tenía ya perfilado un catálogo con rebuzno de asno, cerda en celo, eructo de buey y orgasmo de cabra que iban a ser lo más en la comarca y los contornos. También le presentaron al patrocinador del concurso, Don Tadeo de Abonos Tadeo, que habló maravillas de las buenas hechuras de las hembras del pueblo.

El gran momento llegó el sábado a la tarde en el Gran Cinema Municipal, donde apelotonados todos los mozos locales, dio comienzo el concurso entre las diez bellezas del lugar que se presentaban. Atilio saludó al resto del jurado, con don Tadeo a la cabeza, Juanfran, mozalbete hijo del cacique local, y don Olegario, el veterinario.

Desfilaron las chicas en bikini por la pasarela central del cine entre parabienes, aplausos y jadeos del público. Algunos quisieron echar mano del material, pero unos buenos sopapos sabiamente repartidos por el cabo de la guardia civil los contuvieron. La prueba de cultura general la pasaron las chicas sin apuros, aunque alguna dudó sobre cual era la capital de España y otra no acertó cuantos céntimos tenía un euro. Y la prueba cumbre, la más esperada, el pase con la camiseta mojada (y con el eslogan del patrocinador, Con abonos Tadeo, como crecen los puerros veo), marcando pechuga ante el delirio del respetable. Atilio, educado en la serena belleza y en la mirada sensual de las mujeres de la Toscana, se le hacía difícil elegir entre esas miradas cejijuntas, cutis de lija y caderas panorámicas de las concursantes. Menos mal que don Tadeo vino en su ayuda, al comentarle que la número cinco, la Lali, era moza de su devoción y que mejor votaba por ella si no quería volver a casa cojo.

Y así se entronizó la Lali como Miss Ventorrillo entre gritos de tongo tongo y pucherazo. La morena hija del enterrador, teñida para el caso de rubia platino, recibió como trofeo de manos de Otilia una reproducción a escala de un baño turco, decorado con filigranas morunas, mientras la felicitaba con un: “te lo has ganao a pulso” que hizo saltar las lágrimas a Lali.

El fin de fiesta tuvo lugar en el Jamaica 77, la mejor y única discoteca local, con una sesión de agro-house a cargo de DJ Bankal, que hizo un repaso a los grandes hitos del género desde El tractor amarillo hasta Opá. Para esa hora ya iba el ganao muy revuelto, don Tadeo repartiendo pellizcos a toda la que se dejaba, el Juanfra hiper revolucionado pista arriba y abajo y don Olegario intentando impresionar a una de las damas de honor con la ceremonia de apareamiento del jabalí. Otilia insistía en enseñar su técnica de estampado de retretes, pero Atilio ya se había dado cuenta que la artista tenía más peligro que Farruquito en los autos de choque, y no dudó de mandarla a dormir de un banquetazo en la sesera.

La fiesta acabó con carreras de tractores por la calle mayor, serenata bajo la ventana de la ganadora, y los más enfarlopados que fueron al pueblo de al lado a meter caña a los mozos. Atilio se retiró discretamente, que con los whisquis que se había echado al coleto no era plan irse de batalla campal.

A la mañana siguiente le llamaron para que participara en el concurso de morcillas. Lo intentó, pero solo recibir los primeros olores entró en una especie de delirio debido a la resaca que le llevó a intentar besar en la boca al cura y tocar el culo a la mujer del alcalde. Un tratamiento de shock consistente en una inmersión prolongada en el pilón de la fuente le volvieron a su ser, y acto seguido le metieron en el primer autobús que pasó por allí, llegando ya de noche a la redacción, con el blazer con un par de sietes, el pantalón para jubilar y pañuelo desaparecido, pero con una crónica de lo más jugosa.

Atilio en el fondo no guardaría mal recuerdo de su estancia en Ventorrillo, si no fuera porque, no sabe como, el Isra le instaló uno de sus politonos en su móvil. La semana siguiente estaba cubriendo la semana de la moda de París, y en mitad del desfile de Yves Saint Laurent sonó el tono de cerda en celo. Cuando vio a toda la sala mirándole escandalizada, se prometió a si mismo volver al dichoso pueblo con un buen cargamento de napalm.

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