domingo, 8 de julio de 2007

sanfermines


Queridos lectores, bien saben que dedico todas las potencias de mi alma a la poesía y a la contemplación de mi amada Marieta, pero cuando llegan invitaciones como la de la Sociedad lírico- epicúrea La Navarrica, que con motivo de las fiestas patronales de su ciudad, Pamplona, han organizado un ciclo de poesía festiva, no pude negarme.

Así que ligero de equipaje partí al encuentro que según constaba en la invitación, se celebraría a las ocho de la mañana en los locales de la asociación, sita en la calle Estafeta número 1. Algo temprana la cita si que me pareció, pero para las almas llagadas por la poesía la alborada es un momento lleno de resonancias, por lo que me acerque a esa hora a las inmediaciones, y cual fue mi sorpresa al ver la calle de bote en bote de gente que parecía que también esperaba el comienzo del recital. Bien es verdad que algunos, bastantes, habían cometido algún exceso y recitaban letrillas algo vulgares, pero en general me reconfortó el ver la intensidad con que se sentía la pasión de la lírica.

Allí estaba yo en alegre comunión cuando de repente el gentío empezó a correr sin razón aparente, atropellándose unos a otros y a mí entre ellos. Acabé por los suelos, y cuando conseguí incorporarme, vi venir una manada de morlacos con aviesas intenciones. Estaba sin salida, eche cuerpo a tierra y me encomendé a mi amada Marieta para que intercediera por mi en tan trágico lance. Los toros que encabezaban el rebaño no se percataron de mi humilde bulto, pero uno que iba rezagado me lanzó una cornada que me dejó la pierna ensangrentada. Yo que me vi morir sin besar los labios de Marieta, pedía a gritos la extremaunción mientras me llevaban a la ambulancia.

Ahora, encerrado en este hospital, tomando pentotal, naufrago y desdeñado, no acierto a imaginar quien pudo tenderme semejante celada. Cómo iba yo a saber que los brutos de este pueblo tienen por costumbre madrugarse con tan bárbaras carreras. ¿Sería el padre de Marieta el que quería mi mal, harto de verme rondar su calle, o algún rival literario envidioso de mi arte y fama? De la que no puedo dudar es de la señora Puri, dueña del Bar Carolo, pues sabe que la cuenta que tengo con ella se la liquidaré con el dinero del ensayo que esta pronto a publicarse sobre poesía religiosa venezolana, y del que espero recibir pingües beneficios.

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