lunes, 16 de julio de 2007

Kubica


Prueba de que la Iglesia se está modernizando es que los milagros no pasan ya en remotos puntos de la geografía rural, y solo son vistos por cuatro cabreros de dudosa fiabilidad. Ahora son en horario de máxima audiencia, y los protagonistas son personas de contrastada solvencia mediática. Aquí tenemos a Kubica, piloto polaco que ha salvado la vida en un accidente gracias a intercesión de Juan Pablo II, o al menos eso dicen, pues llevaba el nombre de su compatriota escrito en el casco. El tortazo que se dio el as de las cuatro ruedas fue repetido por la tele mil veces, y no se veía mano divina alguna, pero igual mi falta de fe me juega una mala pasada.

Quien iba a decir que el circo de la Fórmula 1, glamoroso y sofisticado, con seguidores cargados de gadgets última generación y cuya espiritualidad no va más allá de la editorial de Autopista, iban a ser testigos de semejantes prodigios.

Pero yo sospecho que el milagro se debe a la capacidad financiera de la pegatina de Credit Suisse, o al doble núcleo de la de Intel, que también comparten casco con Wojtyla. Bien se sabe que los caminos del señor son inescrutables.

Y como los pilotos son gente bastante envidiosa, puede que se empiece a poner de moda lo de los santos protectores, y en vez de una carrera de Fórmula 1 va a parecer la procesión del Corpus en Toledo. Ya veo a los Ferrari echando mano de la sangre de San Genaro para mejorar el agarre de los neumáticos en mojado. Fernando Alonso creo que se grabaría en el casco a Escrivá de Balaguer, beato con el que guarda grandes semejanzas. Para optimizar telemetrías, con el brazo incorrupto de Santa Teresa bajo el asiento no habría rival que le tosiera. Renault se pondría bajo la tutela de Juana de Arco para solucionar sus problemas con la caja de cambios, y así cada escudería echaría mano de su santo patrón preferido, que además salen más baratos que andar pagando tanto ingeniero.

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